BLOG DE ANA M. BRIONGOS


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30.8.11

El pájaro de barro de Tareque Masud

 

Hoy en La Vanguardia aparece el obituario de Tareque Masud, importante director de cine de Bangladesh, que falleció en un accidente de coche junto con otros miembros de su equipo de filmación el 15 de agosto pasado. Pasó la mayor parte de su infancia recibiendo educación en una madresé, tradicional escuela coránica, de una zona rural de su país situado en Bengala oriental. La guerra de independencia de 1971 le obligó a interrumpir estos estudios y al finalizar la guerra pasó a la educación estatal y a la universidad donde se licenció en Historia. Desde su juventud se interesó por el cine y participó en cursos y talleres tanto en su país, Bangladesh, como en el extranjero. Participó en varios festivales entre ellos el de Cannes donde su película "El pájaro de barro" fue premiada. En esta película cuenta su experiencia infantil en una madresé del Bangladesh rural en los turbulentos años 60. Tuvo problemas con la censura en su país que finalmente y con recortes permitió la proyección. Se casó con Catherine, una norteamericana también cineasta, con la cual ha colaborado en muchas de sus obras. En el accidente resultó herida. A través del enlace siguiente podéis visionar la película hablada en bengalí y subtitulada en inglés. Es muy interesante para quien quiera saber cómo es la Bengala oriental, de mayoría musulmana, que se separó de la India cuando ésta obtuvo la independencia del Inperio Británico, para formar parte de un nuevo estado Pakistán, del que era su brazo oriental (Pakistán Oriental, hoy ´país independiente de nombre Bangladesh).

Los cineastas bengalíes, ya sean de la zona occidental perteneciente a la India, como de la oriental, Bangladesh, pertenecen a una misma cultura y hablan la misma lengua. Los más conocidos son Satyajit Ray, el llamado Kurosawa indio, Bimal Roy, Ritwik Ghatak, y Aparna Sen, entre otros. La industria del cine de Bengala podríamos decir para entendernos que produce películas de arte y ensayo en comparación con la fabulosa industria de Bollywood. Para quien esté interesado en este cine le recomiendo que empiece con "La trilogía de Apu" de Satyajit Ray donde hay la escena de amor más hermosa del cine (en FNAC la venden con subtítulos en castellano).

3.8.11

Rabindranath Tagore, 150 aniversario, Año Tagore





Para conmemorar el 150 aniversario del nacimiento del escritor y pedagogo indio, Rabindranath Tagore, se ha editado en España un sobre y un sello de correos.



Rabindranath Tagore, 1861-1941, escritor, dramaturgo y poeta, pintor, pedagogo y compositor, recibió el Premio Nobel de literatura en 1917. Dedicó su fortuna a las escuelas y la universidad que fundó en Santiniketán, cerca de Calcuta.


En la foto, Tagore en Syamali, la casa de adobe, su preferida.

Construiré de barro el hogar de mis últimos días
y lo llamaré Syamali.
Cuando se desmorone
será como si se durmiera la tierra sobre el regazo de la tierra,
no quedarán pilares rotos
que eleven sus quejas contra ella
ni muros partidos con las costillas al aire
que alojen fantasmas de tiempos pasados.

Tagore es probablemente el personaje más venerado en Bengala, tanto en el estado de Bengala Occidental, perteneciente a la India, como en Bangladesh. Su obra, poesía, novelas, relatos cortos y ensayos, se sigue leyendo allí y sus canciones forman parte del saber popular y se cantan en escuelas, universidades y reuniones familiares.

Rabindranath Tagore era el hijo menor de Debendranath Tagore un líder del Brahmo, nueva secta religiosa que surgió en el siglo XIX en Bengala con la intención de reformar el hinduísmo y recuperar la base monista del mismo, como se establece en los Upanishads. Fue educado en casa y aunque a los diecisiete años lo enviaron a Inglaterra para recibir una educación formal, no llegó a terminar allí sus estudios. Además de su multifacética actividad literaria, se ocupó de administrar las tierras de la familia, en la actualidad situadas en Bangladesh, con lo que se acercó a la gente común y aumentó su interés por las reformas sociales. Fundó unas escuelas experimentales en Santiniketan donde puso en práctica los ideales de una educación naturalista muy cercana a las corrientes krausistas de Alemania y la Institución Libre de Enseñanza de España. Participó en el movimiento nacionalista indio, aunque a su manera puesto que no era ni un sentimental ni un visionario, y Gandhi, padre político de la India moderna, fue su amigo a pesar de que tenían puntos de vista diferentes. Tagore fue nombrado caballero por el Gobierno británico en el poder en 1915, pero al cabo de unos años renunció a ese honor en protesta contra la política británica en la India.


Aunque nacido en una familia hinduísta siempre se consideró el producto de "una confluencia de tres culturas: la hindú, la musulamana, y la británica". Su abuelo, un rico babú de Calcuta que había progresado haciendo negocios con los británicos, hablaba árabe y persa, y Rabindranath creció en un entorno donde se estudiaba el sánscrito, la literatura persa y las tradiciones islámicas.



Zenobia Camprubí, esposa del poeta español Juan Ramón Jiménez, tradujo las  obras de Tagore al castellano y el matrimonio contribuyó en gran manera a la popularidad de que gozó en España durante la primera mitad del siglo XX.

Amartya Sen, bengalí como Tagore y premio Nobel de Economía, ha escrito un interesantísimo trabajo sobre él cuyo enlace encontraréis aquí.
A continuación inserto lo que escribí cuando pasé una temporada en Santiniketan en 2003.

Puedo imaginar lo que fue Santiniketan en vida del poeta, cuando miro a mi alrededor, sentada bajo la sombra del gran baniano que se encuentra en el recinto de la universidad Vishvabarati. Grandes árboles de extensas copas protegen del sol de julio a quien bajo ellos se cobija. Más allá zonas de pradera, alguna laguna, grupos de palmeras. Puedo imaginar lo que sentía Rabindranath Tagore cuando en 1901 llegó desde la ciudad, Calcuta, dispuesto a poner en marcha una escuela para niños que estuviera en armonía con la naturaleza, convencido de que la educación no debe ser una tortura sino una alegría. Instalado en las tierras donde su padre tenía un ashram,  empezó su labor pedagógica debiendo superar dificultades económicas además de la reticencia de los campesinos y la suspicacia de los burócratas, a causa de la mala reputación que tienen los poetas como él mismo decía. Pero, “Cuando dejé la lucha por obtener resultados, en la ambición de beneficiar a los otros, y fui en busca de mis necesidades más profundas, cuando sentí que vivir la propia vida en plenitud, es vivir la vida de todo el mundo, entonces, la inquieta atmósfera de la lucha externa se disipó y el poder de la creación espontánea encontró su camino hacia el centro de todas las cosas”.

Intento aislarme del ruido de la calle para oír las voces de los niños que a la sombra de los mangos y de los bokules en flor siguen sus clases. Aunque las escuelas y la universidad siguen funcionando, ahora a cargo del Estado, muchas cosas han cambiado en Santiniketan desde que falleciera el poeta. Maestros y profesores forman parte, hoy, de la gran masa funcionarial que vive a la sombra del Estado indio. Alrededor de las villas que se hicieron construir las familias de la burguesía ilustrada de Calcuta que apoyaron en su momento la idea de Tagore, se construyen nuevas casas, nuevos hoteles. Santiniketan está de moda para un tipo especial de viajeros, tanto indios como extranjeros, aquellos que buscan un ambiente de paz, de cultura, de amor a la naturaleza, de reconocimiento al trabajo de los campesinos y de admiración por sus artistas y sus artesanos. También de aquellos que quieren sentir de cerca la impronta de su poeta más famoso y primer premio Nobel de Asia, el escritor más internacional de la India, un hombre polifacético, entusiasta, espiritual, trabajador incansable, inmune al desaliento, Rabindranath Tagore.

El gran baniano que me cobija cuyo tronco, custodiado por hileras de raíces que penden de las ramas, no alcanzan abarcar cuatro personas con los brazos extendidos, se ha llenado de pájaros. Mis compañeros y compañeras de sombra se interesan por mi procedencia, yo por la suya. Entablamos una conversación que puede durar horas y quizá sea el origen de una amistad duradera. Después saldré del recinto y pasaré un rato descubriendo libros extraordinarios, nuevos y viejos, algunos comidos por las polillas o descoloridos por las aguas, entre las estanterías de la librería del pueblo. Saldré cargada de cuentos ilustrados, escritos en bengalí, cuyas palabras no entenderé nunca y, antes de que anochezca, en un rickshow de bicicleta, volveré a la casa donde me alojo para compartir con mis anfitriones la puesta de sol.


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29.7.11

Afganistán, con una terrible historia a cuestas


Este verano, una noche de principios de julio, de esas noches que no acaban de cerrar y mantienen el cielo en penumbra mientras pasan las horas, debíamos encontrarnos en un cruce de carreteras donde previamente habíamos quedado por teléfono. Unos vendrían de la playa, otros de la ciudad. No sabíamos cuantos seríamos. Uno de nuestros amigos afganos nos había convocado unos días atrás con la excusa de que había alquilado una casa en el campo y había avisado a varios miembros de su familia que viven en diferentes partes del mundo, con algunos de los cuales mantenemos una buena amistad desde hace muchos años, cuando nos conocimos en su país, Afganistán. Incluso nos había pedido que les echáramos el anzuelo con una llamada pues ello aumentaría la probabilidad de que se animaran a emprender un desplazamiento de largo recorrido. Así lo hicimos. No sabíamos exactamente quiénes estaban invitados ni cuantos habían acudido finalmente a la cita, al fin y al cabo nosotros éramos amigos de una parte de la familia perteneciente a la generación de los padres del anfitrión, y ellos todos pertenecían a un clan familiar muy extenso y unido que seguían siempre en contacto a pesar de que, desde hacía ya más de tres décadas, estaban repartidos por todos los continentes.
Llegamos al cruce después de pasar por varios pueblos de veraneo con hermosas casas con jardín y algún balneario a la antigua usanza. El asfalto de la carretera despedía el calor acumulado por una larga exposición al sol. Nos sentamos en un banco desde donde se veía el cruce. La brisa movía las ramas de los árboles a nuestras espaldas y los pájaros cantaban. Una mujer salió al balcón para observarnos desde la casa de enfrente y desapareció pronto detrás de las cortinas. No había nadie por la calle. Tampoco pasaron coches por la carretera. Al cabo de un rato oímos un ruido de motores y uno tras otro pararon cuatro coches frente a nosotros. Vimos al convocante en uno de ellos, con su mujer y sus hijos residentes en Barcelona y a su hermana con su hijo que viven en Suiza. En otro estaban sus padres a los que ya conocíamos, acompañados de un matrimonio amigo, llegados también los cuatro de Suiza. En el tercero estaba su hermano con su mujer y su bebé que viven en los Estados Unidos. En el último coche iban su primo, buen amigo nuestro, con su hijo, llegados desde Francia. Hubo saludos, besos, y presentaciones. Después, en caravana, nos adentramos en el monte por un camino sin asfaltar, cuesta arriba y con curvas, hasta que llegamos a la casa cuando ya era de noche. La casa estaba aislada en medio de un parque natural protegido y ofrecía desde la terraza una vista panorámica sobre la llanura salpicada de luces. En el interior unas pocas bombillas, alimentadas por energía solar, proyectaban una luz amarillenta. En una mesa circular los niños comieron espaguetis y los abuelos también, mientras en la cocina preparaban la cena.

Me senté a la mesa para conversar con los más mayores. La señora que acababa de conocer me preguntó cuándo había estado yo en Afganistán. Le respondí que varias veces y para ofrecerle alguna explicación adicional sobre mis estancias en aquel país le conté que una de las veces acababa de ocurrir el golpe de estado de Daud khan, y cuando empecé a explicarle lo que me habían contado del golpe al llegar a Kabul aquella vez, vi que su cara cambiaba y que mi relato no le gustaba por lo que, sin darle más importancia, pasé a contar anécdotas más divertidas.

Después de la cena hubo tertulia y pusieron música. Los jóvenes bailaban. Los niños se fueron a dormir. Los fumadores salieron a la terraza. Yo me encontré conversando con el marido de la señora de antes, que también había escuchado mis explicaciones. Me dijo que era médico, que llevaba muchos años viviendo en Suiza desde que se fue de Afganistán para estudiar la carrera, hacía más de cuarenta años.

-De hecho, cuando usted estuvo en Afganistán, yo ya me había ido. Sólo regresé para casarme. Mi mujer es hija de Daud khan.

No supe qué decir y él siguió hablando.

-Cuando Daud khan ya era presidente una de sus hijas, hermana de mi mujer, se puso muy enferma y la mandaron a Suiza con nosotros para seguir un tratamiento a vida o muerte. Entonces llegó la noticia: Daud khan, su mujer y todos sus hijos habían sido asesinados. No quisimos decírselo a la enferma que murió sin saberlo. Mi mujer es la única superviviente.

El hombre que tenía enfrente se quedó callado mientras lloraba.
A nuestro lado los jóvenes bromeaban y reían mientras bailaban al son de una música rapera.

Detrás oí que hablaban de talibanes.

Todo aquel que ha nacido en Afganistán lleva sobre sus espaldas el peso de una terrible historia.



15.5.11

El Naga Bikashmaharam




Cerca de Puri, ciudad costera del estado indio de Orissa, al sur de Bengala Occidental, hay un pueblo de artistas, donde todas las casas tienen la fachada decorada con dibujos muy especiales. Cuando llega algún forastero se arma un gran revuelo y aparecen los artistas mostrando sus trabajos en el porche de sus casas. En el interior están los talleres que se pueden visitar. La presión para que entres y compres es grande. Todos ofrecen más o menos lo mismo. Todos son buenos artistas y sus dibujos, trabajadísimos, son como miniaturas de exactitud milimétrica. Los precios iniciales bajan rápidamente y siempre hay regateo. En medio de tan elevada competitividad, un niño solo, sentado en el porche de su casa, muestra su única obra: un personaje amarillo de palmo y medio de altura, naif, hecho de madera, una divinidad o un héroe erguido como si estuviera en movimiento, adornado con papeles plateados de distintos colores que le penden de los brazos, con una escopeta recortada en cartón y pintada de negro en una mano, y una flor de plástico en la otra, con un gorro de lentejuelas del que emerge una especie de antena misteriosa, collares, alas, colgantes, barba.
El personaje está sonriente y mira con unos grandes ojos. Se asienta sobre una peana rosa donde está escrito su nombre, Naga Bikashmaharam, y al lado, también escrito en la peana el precio, 200 rupias. Le pido si lo vende, me dice que sí. Le pido el precio y me señala las 200 rupias de la peana. Su madre observa desde el umbral de la puerta. Le pido si ese es su precio final, asiente con la cabeza. Me voy a seguir visitamdo el pueblo. Cuando regreso el niño sigue inmutable al lado de su escultura, sus vecinos a ambos lados de su casa ya han rebajado los precios de sus dibujos, algunos extraordinarios, dos o tres veces con tal de que les compre algo. Él no ha rebajado ni una rupia y 200 rupias es un precio elevado en aquel lugar. La escultura es preciosa, es diferente de todo lo que he visto. La gente del pueblo que me va siguiendo se ríe de él. ¿Cómo puede competir con artistas profesionales que llevan generaciones produciendo unas obras reconocidas en todo el país? Y yo que ya solo pienso en el Naga amarillo, se lo compro. Por 200 rupias. Nadie entiende nada.

Ahora, el naga amarillo, está en el recibidor de mi casa y da la bienvenida a los que llegan. Yo lo veo todos los días y cuanto más lo miro, más me gusta.

17.4.11

Salir de Manikaram, India


Seguía lloviendo en Manikaram (Uttar Pradesh), un pueblo del Himalaya al que se accede por Kullu Valley. Un templo sikh hace que este lugar remoto sea un importante centro de peregrinación.
El día estaba transcurriendo sin que ni un asomo de rayo de sol atravesara las nieblas estancadas a ras de suelo y los vahos de agua caliente que surgían del interior de la tierra. Hacía muchas horas, quizá días que llovía y ya corrían rumores por el pueblo. Rumores que hasta nosotros, forasteros, oímos repetidamente en tiendas y chiringuitos: cuando llueve mucho se producen deslizamientos y queda cortada la carretera. Si esto ocurre hay que quedarse ahí arriba durante días pues nadie sabe cuánto van a tardar en llegar desde lo más profundo del valle los camiones grúa para repararla y cuánto van a tardar en hacerlo. Habíamos pasado una jornada estupenda visitando el templo sikh de Mnikaram confraternizando con los cientos de peregrinos que allí se acercan y paseando por ese pueblo fantasmagórico del Himalaya lleno de sombras y era el momento de partir con presteza. Nos esperaba un largo camino por una carretera que ya conocíamos de la subida colgada entre precipicios. Íbamos en un todoterreno alquilado con chofer. El chofer tenía prisa en partir, más que nosotros, pobres inocentes sin experiencia en aquellas latitudes, pues él sabía de qué se trataba cuando se hablaba de deslizamientos.


La carretera, muy estrecha, por la que se cruzaban con dificultad dos camiones, discurría entre una pared vertical altísima a la izquierda y un precipicio también vertical a la derecha. Llevábamos delante un camión, ni pensar en adelantarlo, detrás otros coches pues parecía que todo Manikaram o al menos todos los peregrinos habían decidido marcharse. Descendíamos lentamente. Al cabo de un tiempo paró el camión y tuvimos que parar. Se apearon los del camión y nos fuimos apeando los que íbamos en la cola. Todos miraban al cielo. Desde lo alto de la pared caían piedras. No eran grandes pero algunas tenían el tamaño de un puño. La velocidad con que llegaban al suelo era tremenda. Si te alcanzaba una te mataba o te dejaba malherido. En poco tiempo se empezó a formar un montículo de piedras a unos cincuenta metros frente a nosotros. No había posibilidad de hacer marcha atrás pues se habían acumulado decenas de vehículos detrás de nosotros y estábamos en primera línea de fuego. Al otro lado del montículo ya veíamos los coches, también parados que venían en dirección contraria. Y las gentes que gesticulaban. El proceso de caída de piedras no era rápido ni continuo, ahora una ahora dos ahora un grupitos de cuatro o cinco o una más grande. No sabíamos si podía acelerarse y caer una parte importante de la montaña o simplemente caer una roca que cerrara definitivamente el camino. Lo evidente era que a medida que pasara el tiempo el montículo aumentaría y sería imposible cruzarlo. Nadie sabía qué hacer.



De repente, dos muchachas que venían de atrás empezaron a andar hacia el montículo decididas a cruzar. Vestían shalvar camis de vivos colores. Un bolsito en la mano izquierda cada una y sandalias de medio tacón. La gente gritaba intentando disuadirlas. Ellas no dudaron ni un momento. Al llegar cerca de donde se acumulaban las piedras se quitaron los zapatos y con ellos colgando de la mano derecha empezaron a correr. Las piedras seguían cayendo. Se produjo un silencio terrible. Durante unos segundos por mi mente y seguramente por la de todos pasó la imagen de una chica herida y caída sobre el montículo y la difícil tarea de ir a rescatarla. Pero eso no ocurrió y cuando llegaron al otro lado hubo un suspiro general y muchos aplausos. Entonces nuestro chofer nos ordenó que nos montáramos porque quería pasar. Ya hacía un rato que se había situado en el espacio libre que dejaba el camión con la pared. No rechistamos. Él era el conocedor del terreno. Imágenes apocalípticas se formaron en mi mente e igual que antes con las chicas: mira que si no podemos pasar el montículo y quedamos allí atascados. Mira que si cae la piedra grande y hunde el techo del coche. Pero la operación fue rápida. Con una decisión increíble el chofer arrancó y sin correr, con nervios de acero, consiguió que el todoterreno traqueteando superara la dificultad y llegáramos sanos y salvos al otro lado. Yo instintivamente iba con la cabeza agachada y con los dos brazos resguardándomela como si eso pudiera evitar en caso de piedra gorda que se hundiera y me aplastara la plancha del techo.
Nos aplaudieron también al llegar al otro lado y pasaron algunos coches más.
Al día siguiente en el periódico leímos que un gran deslizamiento de tierras había cortado la carretera de Manikaram. No hablaba de muertos.


24.3.11

5000 años de historia de Oriente Medio en 90 segundos

Si queréis ver de forma sencilla y gráfica quiénes han conquistado y reinado en Oriente Medio a lo largo de la Historia, entrad en http://www.mapsofwar.com/images/EMPIRE17.swf

28.2.11

Artistas iraníes en España

La feliz iniciativa de buscar a los artistas iraníes que viven en España y preparar con ellos una exposición ha partido de Masud, un iraní que vive en León, y que regenta una galería de arte cuyo nombre no podía ser otro que Perspolis. Masud, de apellido Barghinobar, es un escultor que ya lleva años en España. Tras muchas pesquisas, llamadas telefónicas e incluso viajes encontró a algunos pintores iraníes repartidos por diferentes zonas de la península, también en Andorra donde vive desde hace décadas la pintora Rezvan Kani. La ilusión de Masud era la de reunir a los iraníes que estuvieran trabajando en ámbitos artísticos para ofrecerles su galería como lugar de encuentro, donde se sintieran acogidos y apoyados, y desde donde pudieran dar a conocer su obra. Finalmente el pasado mes de septiembre inauguraron la primera exposición con un grupo de cinco artistas.


Niloufar Mirhadi, licenciada en Bellas Artes, vive en Barcelona y sus pinturas son de estilo expresionista donde aparecen frecuentemente los peces rojos, las granadas o las manzanas, sómbolos persas sin duda. 


Said Rajabí, licenciado en Bellas Artes y Premio extraordinario Reina Sofía. Su estilo es hiperrealista. Las calles de Madrid son uno de sus temas favoritos. 



Rana Heyrati, estudió en Teherán arquitectura y diseño gráfico. Vive en Zaragoza. Sus pinturas son frescas y una explosión de rojos, naranjas y verdes. La conocí hace unos años cuando asistió a una de mis conferencias y me saludó.


Rezvan Kani, licenciada en arquitectura, vive con su marido, también arquitecto, en Andorra. Sus interesantísima obra refleja una intensa y compleja vida interior. Desde que la conocí me cautivó su personalidad y me sentí muy cercana a su manera de pensar.


Masud Barghinobar, licenciado en bellas Artes. Escultor. La búsqueda de un mundo mejor está en el centro de su obra donde se refleja lo bueno y lo malo del ser humano. Es el que ha tomado la iniciativa para este proyecto que ya ha empezado a dar sus frutos. El sentimiento de soledad se encuentra en lo más profundo de la persona que ha dejado su país y que se ha instalado de por vida en otro. Aunque haya sido bien recibida, aunque haya empezado una nueva vida y haya creado una familia en este lugar de acogida. Además siendo iraní, siente impotencia ante tanta desinformación y siente la necesidad de dar a conocer su cultura, sus costumbres, su historia, su arte, el riquísimo mundo cultural persa.

Deseo que este grupo se vaya consolidando y que los artistas iraníes que están por estas tierras se pongan en contacto con la Galería Perspolis porque todos sabemos que la unión hace la fuerza..

14.2.11

Atlas o la trastienda del arte


Hace un par de semanas en un viaje a Madrid fui a visitar la exposición que hay en el Reina Sofía. Se titula Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? pero para mí fue ver lo que hay en la trastienda del arte, todo aquello que los artistas han ido coleccionando, lo que han ido pensando, pegando, dibujando, y quizá guardando en un cajón o en una carpeta o tirándolo a la papelera, antes de que las ideas se convirtieran en obra de arte. Es el trabajo que ha quedado en hojas sueltas, en cuadernos, en inventarios, en bocetos, acumulados en un armario del taller o del estudio, es el trabajo que no ha recibido ovaciones ni reconocimiento, el trabajo diario, humilde, pero sin el cual las grandes obras de arte no hubieran sido posibles.

He visto una observación minuciosa de la naturaleza, plantas, hojas, ramas, semillas, también nubes, muchas nubes. Collages de recortes de periódicos en una toma de consciencia de la situación social, de las guerras y del sufrimiento, no en vano esta exposición se ocupa del siglo veinte. La distorsión de las líneas y de las luces. La repetición y repetición con variaciones de números. Sumatorio de instantes. Ingente trabajp que hay detrás de la trayectoria y en la formación de un artista, de cada uno de ellos.

7.12.10

Mar de amapolas


El escritor bengalí Amitav Ghosh, se adentra en esta su última novela en el mundo colonial de la India del siglo XIX. 'Mar de amapolas' narra la aventura en barco de varios personajes, y usa como telón de fondo el negocio del cultivo de opio destinado al mercado chino, considerado como el elemento que financió la larga estancia de los británicos en la India.

El personaje central de esta novela es Deeti, una mujer viuda y que ha sido salvada por un hombre antes de ser inmolada en la pira funeraria junto a su marido. Ella y seis personas más comenzarán un viaje en barco, el Ibis, hacia la Isla Mauricio. Así, en medio del mar y separados de su lugar de origen, se escapan de la situación que viven y su condición de casta y toman las riendas de su destino.

Amitav Ghosh explicó en la presentación del libro, en Casa Asia, que la idea de este relato surgió porque quería contar lo que había sucedido con los trabajadores cuando se prohibió la esclavitud a principios del siglo XIX. Ya sin esclavos, se exportaron más de un millón de indios a diferentes lugares del mundo, el proceso duró más de cien años y dio lugar a un cambio demográfico importante.

Estas migraciones no se producían desde la costa, como ocurre habitualmente, sino que ocurrían desde el interior, algo que llamó la atención del escritor. Investigando descubrió que todo ello estaba relacionado con la producción y el cultivo de opio que se había incrementado bajo el imperio británico.

En un estudio de la historia del opio desde el siglo XVII observó que, ante el desequilibrio de la balanza comercial existente entre China y Europa, los únicos productos que podía necesitar el país oriental eran algodón y, precisamente, opio. De esta forma, empezaron a exportar a mayor escala desde India a China y el negocio creció.

El contrabando británico de opio de la India Británica hacia la China y los esfuerzos del gobierno chino ante la adicción de la población para imponer sus leyes contra las drogas llevaron al conflicto que se conoce como Guerras del Opio. Según indicó Ghosh, existe un paralelismo entre hechos pasados y presentes. "El discurso que se dio durante la guerra del opio es parecido al que se ha oído en la guerra de Irak", señaló. Estos paralelismos se refuerzan, según indicó el autor de 'Mar de amapolas', en el hecho de que las empresas británicas fomentaran el conflicto. Además, indicó que el discurso que se daba a las tropas era que iban a ser bien acogidos porque les necesitaban. "Cuanta más distancia tomas de la historia ves que el vínculo que hay entre el siglo XIX y XX es mayor. Y fue Napoleón quien dijo que cuando China despertara el resto del mundo temblaría", señaló.

Ghosh ha explicado que, entre otras cosas, estaba interesado en transmitir al lector el multilingüismo que hay en el Océano Índico porque, a su juicio, "es el receptáculo de multitud de idiomas". "El libro está lleno de pequeños toques de toda esta mezcla de idiomas porque en realidad siempre me interesó el idioma criollo, que ha sido excluido de la literatura por considerarlo una corrupción del idioma correcto. Yo creo todo lo contrario, lo veo como aportaciones, como una flor", dijo. Traducir este libro es una labor harto difícil y debemos felicitar a los traductores de las ediciones en castellano y catalán.

Escribir este libro llevó al autor cerca de cuatro años, ya que tuvo que aprender tanto los términos marineros como la forma de darles uso. "Encontré un diccionario destinado a hacer posible la comunicación entre personas de distintos puntos del mundo, y en él se ve la influencia de muchos idiomas para poder desarrollar este vocabulario común", dijo.

'Mar de amapolas' es la primera entrega de una futura trilogía que abarcará toda la historia de India en el siglo XX. Amitav Ghosh nació en Calcuta en 1956 y vivió entre Bangladesh, Sri Lanka, Irán e India. Entre sus libros, destacan títulos como 'El círculo de la razón', 'Líneas de sombra', 'El cromosoma Calcuta', 'El palacio de cristal' o 'La marea hambrienta'.

Me gusta como escribe Amitav Ghosh y me interesan mucho los temas que trata. Lo descubrí cuando Anagrama publicó "El cromosoma de Calcuta" y lo redescubrí cuando viví en esa ciudad de Bengala Occidental. Yo vivía cerca del Gol Park donde se desarrolla otra de sus novela "The shadow Lines" o "Las lineas de sombra". Leyéndola podía seguir los lugares donde ocurrían los hechos y saber algo más de la historia de aquella fascinante ciudad india. E varias de sus novelas aparece el personaje de la mujer extranjera cuya presencia inocente provoca sin embargo grandes desgracias.  Se lo comenté al autor y no pareció estar de acuerdo conmigo, al menos en el caso de "La marea hambrienta".

20.11.10

Breve historia de la casa Fullá de los arquitectos Clotet y Tusquets


Ahora que a Lluís Clotet le han otorgado el Premio Nacional de Arquitectura me parece que puede resultar curioso para muchas personas saber el origen de la que fue su primera obra de envergadura.

La historia de la casa Fullá forma parte del Celtiberia Show y es un interesante ejemplo de cómo se construía en aquellos años, la última década del franquismo, cuando el régimen había conseguido que aumentara el consumo gracias a la política económica que impulsaron los sucesivos gobiernos. El coche Seat 600, los electrodomésticos y la televisión, entraron a formar parte de las posesiones de la clase media.

Mi padre, el constructor de este edificio de viviendas de calle Génova 25, don Restituto Briongos Moncalvillo, natural de Quintanarraya, provincia de Burgos, había llegado a Barcelona al terminar la guerra, sin medios económicos. Como había sido seminarista en el seminario del Burgo de Osma de donde se salía con el bachillerato terminado y hablando latín, decidió estudiar derecho, carrera que terminó en tres años con excelentes notas. Mientras, trabajaba como inspector de policía. Se casó con mi madre, una catalana que tocaba el piano y había visto sus estudios de medicina truncados por la contienda y que luego se hizo maestra. Mi padre que venía del bando vencedor me acunó con historias de la guerra, el discurso de José Antonio y el himno de la legión. Sus historias eran mucho más optimistas y divertidas que las de mi madre que seguía aterrorizada. Era como si hubieran estado en guerras distintas, aunque los dos estaban de acuerdo en que lo mejor que podía haber pasado era que ganara Franco.


Entré en la universidad en el 63. Me afilié al PSUC y milité en este partido clandestino durante unos meses, estuve encerrada en la Capuchinada, la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), y fui luego delegada de asuntos culturales de ese sindicato. Me enamoré y me casé con Ferrán Fullà, un estudiante de físicas como yo, hijo de republicanos, que acababa de salir de la cárcel después de ser juzgado en el 62 por un tribunal militar junto con Manolo Vázquez Montalbán, Salvador Clotas y Martí Capdevila, con los que cumplió condena.

La madre de Ferran tenía un terreno en el Guinardó, un lugar en la montaña desde donde se veía el mar, y mi padre le hizo una propuesta: ella ponía el terreno y él hacía una casa. No tenía experiencia como constructor ni tampoco dinero, pero era un emprendedor y ya había adquirido una fabriquita de ampollas para inyectables y un taller de muebles de camping que le reportaban algunos beneficios, donde trabajábamos a horas toda la familia y a tiempo completo los que emigraban de un pueblo de Huelva llamado La puebla de Guzmán. Buscaba un arquitecto y como Martí Capdevila acababa de hacer la mili con el recién licenciado en arquitectura, Oscar Tusquets, se lo recomendamos. Construir aquella casa (1967-70) fue una empresa tan difícil casi como levantar las pirámides de Egipto. Ni el constructor tenía experiencia como tal ni los arquitectos, Tusquets y Clotet, habían diseñado todavía edificios de aquella envergadura. Pero se realizó gracias al empeño y la resolución de la inmigración burgalesa: mi padre y Alfredo, el maestro albañil de su pueblo, Quintanarraya.



Y salió la casa que salió. Una maravilla. Un laberinto. Nunca sabías quién era tu vecino, ni el de arriba ni el de abajo pues los pisos se solapaban, los había de una planta, también dúplex y tríplex, con escaleras que subían y luego bajaban. Todos eran diferentes, de una habitación, de dos, de tres y hasta de cuatro. Tenían claraboyas por las que se veía el cielo. Las chimeneas parecían las almenas de un castillo. Y los espacios comunes eran amplios y luminosos y en ellos se ponían belenes en navidad o se jugaba al futbol. Los que fuimos a vivir allí lo tomamos como una aventura. Llegaron pocas familias normales pues los niños se podían descalabrar con tanta escalera y la estética que gustaba en general no era aquella. Como escribe el catedrático Josep M. Rovira, de la Escuela de Arquitectura de Barcelona y antiguo vecino de la casa, “Mai no van viure a la casa Fullà aquells que corresponia per barri i geografia. Devien quedar-se atònits davant d’aquella oferta, tan poc disposada a acollir families convencionals, que no entenien. Allà, barrejant-se amb el veïns d’una altra classe que ocupaven edificis adjacents, van anar a viure arquitectes, psicòlecs, músics, critics d’art, dissenyadors gràfics, escriptors, directors de cinema, artistes, un futbolista del Barcelona…” Se vendieron algunos pisos y se alquilaron los otros. La portera, María Jesús y su marido, el Sr. Juan, trabajador en el taller de muebles de camping, de La puebla de Guzmán, claro, fueron los primeros en instalarse con sus hijos. Allí llegó Victor Jou, y en su piso se inventó el Zeleste, que fue la discoteca emblemática de Barcelona durante muchos años. Yo, que ya pasaba largas temporadas en Afganistán e Irán, llegué con Pau Maragall pues ya me había separado de Ferran Fullà. Llegaron el cineasta Bellmunt y el dibujante Vallés y una serie de arquitectos como Xavier Sust, Alberto Aguirre, Joaquín Mora, Josep M. Rovira. Llegó Victoria Sol con su hija Raquel y los médicos Tere Poblet y Toni Panyella y mi hermano Miguel con Vicky Combalía y el pintor Ángel Jové con su esposa Sarita hija del director de la cárcel de Lérida donde los presos antes mencionados habían cumplido condena. También llegaron el dramaturgo y poeta Joan Brossa con Pepa Llopis que lo acababa de sacar de casa de sus tías y empezaron allí su larga vida de pareja. Y la escritora Marta Pessarrodona. Y Foncho, el jugador canario del Barça. Después llegaron los Rambla, Jaime y Loles que se fueron a Nueva York y de allí vino la psicóloga Lolo Cid recién separada del pianista Carlos Santos. En el piso del bajista Jordi Clúa se reunían los músicos de Serrat y en nuestra casa Serrat le cantaba tangos a Brossa. También estuvo Walid, el príncipe afgano que con el nombre de Fereidun protagoniza mi libro "Un invierno en Kandahar", y tiempo después su hermana Hassina se instaló durante meses. Y había más que se me olvidan. Se hacía vida de puertas abiertas ante la mirada perpleja del discretísimo señor Juan y de su esposa. Cambiábamos de piso porque cambiábamos de pareja o porque necesitábamos más espacio. Yo pasé del 5ºB al 9ºC y en este último fundé mi familia con Toni Alsina y fue donde nuestros hijos crecieron. Y en el 5ºB entraron Xavi y Lili cuando volvieron de Méjico y Lluís Riera y Beatriz ocuparon el 5ºC. Ramón Casals y Alba estaban en el 3ºF. Nos hemos hecho mayores. Desde la casa Fullá fuimos testigos de la muerte de Franco y del 23F. Nosotros ya no vivimos allí desde que Barcelona se abrió al mar, ahora estamos en la Vila Olímpica, otros también se han marchado, pero Pepa Llopis sí sigue con los recuerdos de Brossa y Victor Jou también y Conxita y Eli, Joan Marí, Jordi Andreu y el señor Juan.

La casa está anclada en un puerto de montaña llamado Guinardó y, encarada al mar, parece un castillo o un barco con almenas dispuesto a zarpar hacía fantásticos mundos de cuento y no es raro ver a grupos de estudiantes de arquitectura japoneses fotografiándola desde todos los ángulos.

 
Hay un documental sobre esta casa y su historia. Se titula "Construint llibertat" y se puede ver en TV3 a la carta.

19.10.10

Kerala-Bengala: Miradas cruzadas. Fotografías de Subhrajit Basu.

Subhrajit Basu, conocido familiarmente como Bodo, es un fotógrafo bengalí de Calcuta con una larga trayectoria a pesar de su juventud. Ha sido galardonado con varios premios nacionales e internacionales entre los que se encuentra el National Geographic Award 2008.

El 14 de octubre de 2010 se inauguró una exposición de sus fotografías en el Museo de Antropología de Madrid, situado frente a la estación de Atocha. Hay imágenes en blanco y negro de Bengala algunas de las cuales forman parte de la extraordinaria serie sobre porteadores tomadas en mercados, puertos, playas, ríos, campos... Hay una imagen de las carreras de caballos en el hipódromo de Calcuta que me fascina pues refleja un antiguo ambiente colonial romántico y decadente entre misteriosas brumas, muy bengalí. También me gusta la fotografía del emblemático edificio de mármol blanco costeado por los ciudadanos de la capital de Bengala para ofrecerlo en honor de la reina Victoria, el Victoria Memorial, con sus cuidados jardines por los que pasea, ayudado de un bastón, un pensativo y orondo babú, con su dotti y su kurta de un blanco impoluto. Y la estructura de hierro del famoso Howra Bridge con dos barcas de pescadores faenando en aguas del Hoogly. Todas esas fotos me recuerdan mis tiempos en Calcuta, ciudad interesantísima donde he pasado momentos inolvidables.

En la exposición hay también dos montajes audiovisuales de imágenes en color que podemos observar cómodamente recostados en unos cojines distribuidos por el suelo de una sala oscura. En uno de ellos van pasando fotos del Kumba Mela que se celebró hace unos meses y cuyas procesiones de rarísimos personajes captó Bodo con maestría y humor. En el otro hay fotos de la India en general donde el color es el protagonista principal. Aunque la India sea quizá el país más fotogénico del mundo y por lo tanto el más fotografiado, la mirada de Subhrajit Basu es especial y capta aquellos instantes únicos que debido al exceso visual se nos escapan.
Esta exposición se presenta en el marco de las actividades que acompañan a la Tribuna España-India que se ha celebrado en Madrid y estará abierta hasta el 23 de enero de 2011.



10.10.10

Costumbres gastronómicas de Irán en la escuela de cocina Hofmann


Con la ayuda de los chefs Mariano, exdirector , Jean Paul, el actual director de la escuela Hofmann de Barcelona, y Montse, la profesora de la asigantura de cultura gastronómica, di dos clases sobre costumbres gastronómicas de Irán a los alumnos de la última promoción, los que terminan su formación como chefs dentro de unos meses. Estas clases forman parte del programa de cultura culinaria de las diferentes regiones del mundo que la escuela ofrece a sus alumnos para completar su formación y darles una visión global de la gastronomía.

En el caso de Irán se trataba de situarlo geográficamente, de ubicar su área de influencia, de hacer un repaso de su historia y de su cultura y, seguidamente, de explicar las costumbres gastronómicas y los principales elementos de su cocina. También preparamos unos platos típicos del país: Kashsk-e-bademjan o berenjenas con kashsk (concentrado de leche agria); fesenjan o pollo con salsa de jarabe de granadas; arroz con azafrán y zereshk; y de postre sholeh zard o natillas de arroz con azafrán, agua de rosas y cardamomo. Después los alumnos probaron los platos que habíamos preparado. El tah dig o parte crujiente imprescindible de un buen arroz iraní salió delicioso.

A quien le interese adentrarse en el conocimiento de los hábitos gastronómicos de Irán y sus recetas más populares puede consultar el libro que sobre este tema hemos publicado mi hijo cocinero, Quico Alsina, y yo. Se encuentra en la librería Altaïr de Barcelona en castellano y catalán, y en De Viaje de Madrid. También  se puede consultar libremente on line en la sección libros de mi Web http://www.ana-briongos.net/ donde está colgado en PDF.


3.10.10

El mundo visto por Ali-Reza Darvish

Desayuno de domingo, silencio en casa, el sol entra por los ventanales. El periódico en portada muestra la foto del mayor avión del mundo en vuelo rasante sobre la playa. Yo ayer lo veía pasar lentamente, enorme, con el Lufthansa grabado en el fuselaje, y creí por un momento que volaba tan bajo porque las turbinas no lo sostenían y que iba a estrellarse frente a mi casa. Pero cuando grité anunciando el desastre inminente, los que veían la tele de espaldas a la ventana aseguraron que estaban viendo pasar ese mismo avión. A un lado y a otro del salón la misma imagen. Después el ruido se adueñó del ambiente cuando los aviones haciendo acrobacias rompían la barrera del sonido y fue imposible hablar por teléfono cuando llamaron.

Eso ya pasó y recuperado el silencio contemplo mientras bebo un té mezcla de Darjeeling y Assam con cardamomo, el cuadro del pintor iraní Ali-Reza Darvish. Un mundo como un ovillo está suspendido en medio de un universo azul. Es nuestro mundo. Cientos de lápices de colores erguidos apuntan al cielo y proyectan sus sombras sobre una alfombra persa desde cuyo centro y en espiral una mujer inicialmente en cuclillas se va levantando hasta quedar de pie en una secuencia de muchas imágenes. Los hilos del ovillo pasan entre los lápices, un reloj al que se le puede dar cuerda tiende sus velos semitransparentes sobre la alfombra. Los hilos vistos de cerca son tiras de periódicos en diferentes idiomas, persa, alemán, francés, japonés. Escondidos entre ellos están Obama, los Beatles, Bin Laden, Spielberg, George Clooney. Tres figuras destacan sobre el azul del cielo, una mujer, un hombre y un caballo. Intentan levantarse, correr y deshacerse de las ataduras de esos hilos/tira de periódico que les mantienen aferrados, en un afán de libertad y trascendencia.


Tantas imágenes en un ovillo. El mundo actual, y en su interior Irán, el país de origen del pintor hoy exiliado en Alemania. Es un cuadro lleno de metáforas sobre la situación del mundo y en especial la de Irán.

30.9.10

Un lugar en el que yo nunca estuve


Este es el título de un libro muy especial cuyo autor firma con el seudónimo de Paul Mushin.

¿Por qué es tan especial? Primero: Porque en su portada no figura ni el título ni el nombre del autor, solamente aparece la cubierta de un pasaporte argentino. El título y el autor (seudónimo) están en el lomo. Una genialidad de América Sánchez, el diseñador. Segundo: Porque no se encuentra más que en "Negra y Criminal", una librería tan especial como el libro del que hablamos, famosa en todo el mundo entre los aficionados a la novela negra y que está en el marinero barrio de la Barceloneta, calle de la sal nº 5, Barcelona. Tercero: Porque es una novela que trata de un tema hasta ahora inédito, el de la pesca en los grandes caladeros próximos a Namibia, Las Seychelles y Uruguay, la corrupción que existe alrededor de la merluza negra y otras especies codiciadas donde están implicados la flota pesquera española, los puertos donde atracan los barcos y los gobiernos de los países interesados.

En la novela hay asesinatos, persecuciones marítimas, inspectores de policía que investigan, y una venganza in extremis.

El autor es un catalán nacido en Buenos Aires, licenciado en biología por la Universidad de Barcelona que trabajó cinco años en Namibia y ocho en las Seychelles como inspector de pesca. Posteriormente como asesor de la Comunidad Europea en los campos de refugiados de Ruanda y Burundi. Últimamente su actividad profesional se ha desarrollado en Uruguay y Argentina.

El sábado 23 de octubre a las 13h. habrá una tertulia sobre este libro en "Negra y Criminal" (Sal 5, BCN) con el autor de verdad. Yo lo presentaré. Será una buena ocasión para encontrarnos, y disfrutar de un mediodía de sábado de otoño con un vaso de vino y algún mejillón. Estáis invitados.

25.8.10

Pensamientos fugaces


Pensamientos que llegan en cascada, ¿quién los registrará? Se perderán en la inmensidad, se los llevará el río, se hundirán en el océano y nunca más serán recordados. Si hubiera una grabadora que los registrara sin necesidad de expresarlos con palabras o con letras escritas sería fantástico, los podría recuperar, compartir y comentar. Pero fluyen con tal rapidez que ya se han perdido para siempre.

Sentada en la cabina al lado del chofer en el camión de fabricación rusa que nos lleva a Mazar i Sharif, con la caja trasera llena de turistas desorientados, acalorados y enfadados, contemplo mientras cruzamos un desierto sin más límite que el horizonte, encuadrados en el marco del espejo retrovisor, los labios sensuales y perfectos del chofer que se mueven levemente al desplazar un palillo a lado y lado de la boca. Por suerte no veo sus ojos, él tampoco ve los míos, y puedo concentrarme descaradamente, sin peligro a ser descubierta, en esta escena que durará tanto como la travesía del desierto. A la vez por mi mente discurre una cascada de pensamientos sorprendentes, absolutamente increíbles, que parten veloces y que nunca más podré alcanzar…

Esta foto es de Sabrina y Roland Michaux, los que han tomado las mejores fotografías de Afganistán. El chofer del que hablo se parecía a este personaje. Eran otros tiempos.

21.8.10

De qué hablo cuando hablo de correr. Palitana II. Pensamientos posteriores a la lectura del libro del mismo título de H. Murakami.


Correr hasta la meta que estaba a 100 km., este era el objetivo. Al llegar a los 75 fue como traspasar una pared de piedra, entonces todo cambió, a partir de aquel momento podía llegar a los 100 kilómetros e incluso hubiera podido seguir corriendo, algo así aunque con otras palabras escribe Haruki Murakami en su libro “De qué hablo cuando hablo de correr”. Lo que parecía imposible, a partir de un momento determinado se hizo posible. He leído el libro este verano y me ha dado que pensar. Me ha hecho volver a la subida a Palitana (3950 escalones) y recuerdo que me ocurrió algo parecido, salvando evidentemente la distancia entre un corredor entrenado y experimentado (Murakami) y una servidora que no hace más que nadar 20 piscinas dos días a la semana y no siempre.

De madrugada llegaba al pie del monasterio. Tenía 3950 escalones por delante y debía subirlos antes de que el sol llegara a su zenit y el calor fuera insoportable.

Puedo andar en terreno llano sin problemas distancias considerables pero las subidas me resultan penosas y se me acaba el soplo enseguida, parecía pues una empresa imposible.

Además iba calzada con unas chanclas que al poco de iniciar el ascenso me resultaron incomodísimas. Me fijé en los demás peregrinos: iban descalzos. Vi que el suelo era de cemento liso. Me quité las chanclas y seguí descalza. Siempre me ha gustado sentir el fresco suelo directamente en las plantas de mis pies.

Por suerte los escalones no eran altos ni regulares, unos más anchos que otros y en algunos tramos el camino era ascendente pero liso lo que propiciaba cambios en el ritmo y por lo tanto que el ascenso fuera menos aburrido.

Después de subir unos trescientos escalones ya no podía respirar. Como había empezado el camino dudando de mi capacidad física, el hecho de no poder más tan pronto no hacía sino confirmarme que aquel objetivo era para mí imposible de conseguir. Pero seguí subiendo con la ayuda del bastón que había alquilado y los ánimos que recibía de los que subían a mi lado, tan poco entrenados como yo, jóvenes, maduros e incluso viejos, delgados y gordos, todos movidos por una fe de la que yo no gozaba y que a ellos les aseguraba la llegada allí donde los templos y la divinidad les estaba esperando. Superé con dificultad los 500 primeros escalones. Cuando pasé el 1000 marcado en la piedra me pareció que no llegaría mucho más lejos, Pero pisé el 2000 y sorprendida vi que seguía adelante. El cambio se produjo en el 2500, entonces traspasé la pared de piedra que decía Murakami, a partir de aquel momento subía con facilidad, sin pensar, escalón tras escalón, a buen ritmo, sin parar, sin acelerar, como una máquina bien engrasada, hasta el final, allí en la cima donde un bosque de templos blancos todavía vacíos de fieles me reservaban una visión extraordinaria. En aquel momento tenía la sensación de que hubiera podido seguir subiendo hasta Dios sabe dónde.

Los peregrinos que iban llegando tenían rituales que cumplir para complacer a sus dioses, bañarse, cambiarse de ropas, hacer ofrendas, orar… yo solamente observaba, mi objetivo se había cumplido ya por el hecho de haber llegado. La satisfacción me inundaba, el espectáculo me fascinaba. Los músculos descansaban y la mente también.

El descenso fue fácil, relajado y alegre.

Respecto al hecho de escribir como contrapunto al hecho de correr, como hace Murakami en su libro, me da que pensar. Se trata de empezar: lo que se entiende por “ponerse”. Escribir la primera frase, el primer párrafo. La pereza mental se ha instalado en mi cerebro. Soy una perezosa mental, y en muchas épocas de mi vida, ahora mismo, prefiero limpiar la casa, cocinar, preparar conservas con recetas exóticas o ir a la compra, antes que escribir. Cuando estudiaba el bachillerato me ocurría algo así. Me daba pereza seguir pensando en cómo se resolvía un problema. Si no salía a la primera, fuera. En cambio había quien al día siguiente por la mañana tenía la solución, había estado pensando en ello toda la noche y lo había conseguido, estaba feliz, tenía músculo mental, lo entrenaba y llegaba al objetivo que era: resolver el problema. No está nada mal la vida contemplativa, de hecho la disfruto a cada momento pero también sé que estar inmersa en la escritura de un libro es algo excitante, una aventura envolvente y fantástica.

En vista de que llegué a subir a Palitana y de que a Murakami le va muy bien lo de correr para poder escribir, vaya, que le es imprescindible correr como mínimo sesenta kilómetros todos los días para poder seguir escribiendo, he tomado la decisión de volver a la disciplina, hacer las 20 piscinas tres días a la semana, o quizá todos los días, bueno, no pienso nadar ni sábados ni domingos, faltaría más, y sentarme seguidamente en el ordenador a escribir.

¿Será esta una nueva etapa? El tiempo lo dirá.

He comentado el libro con mis amigos. A Fernando no le ha gustado nada, dice que le parece una aberración tener que disciplinarse tanto a estas alturas de la vida. A Marta le ha gustado y está muy contenta porque ella no tiene que hacer tanto esfuerzo para conseguir todos los objetivos que se propone en su vida profesional de ejecutiva creativa. A cada lector le afecta el libro a su manera y a todos les hace pensar en su propia situación, en su manera de enfrentarse a los retos que se presentan, en su filosofía vital. Interesante.

30.7.10

Palitana, conjunto de templos en Gujarat, India.


Palitana era el objetivo del último viaje a la India aunque antes pensábamos recorrer varios estados y visitar muchas ciudades. Desde hacía años una foto publicada en una revista nos había hecho soñar. Todos esos templos alineados en la cima de una montaña eran, con sus torres puntiagudas, como la cresta de una gran iguana dormitando bajo la luz rosada del amanecer. ¿Cómo sería en la realidad?

Aprovechamos que nuestra amiga Falguni estaba en Baroda en casa de su madre para iniciar desde allí la excursión por el Gujarat. El viaje en coche hasta la ciudad de Palitana es largo y pesado aunque las carreteras en ese estado occidental de la India acostumbran a ser buenas e incluso hay excelentes tramos de autopista. Dormimos en casa de sus tíos, ambos profesores de instituto, en medio de cuya sala de estar, pendía un gran columpio donde se podían sentar dos personas con las piernas cruzadas conversando en continuo movimiento, cosa frecuente en muchos hogares gujaratis.

La salida matutina debía hacerse todavía de noche para poder empezar el ascenso antes de que amaneciera y así llegar a la cima cuando el sol todavía no calentara demasiado. Era invierno, la mejor época del año para viajar a las zonas calurosas de la India.

Más de tres mil quinientos escalones llevan a los templos, dicen que hay exactamente tres mil novecientos cincuenta.

Nuestra llegada en coche al lugar donde empieza el ascenso provocó un revuelo exagerado, hombres con palos se empujaban unos a otros de manera que con el gentío y la oscuridad, no sabíamos si nos querían apalear, pues nos empujaban y gritaban. Falsa alarma, se trataba de porteadores que nos querían subir cuestas a cambio de unos cientos de rupias.

Llegamos con dificultad a la oficina de acogida donde dan permiso escrito para hacer fotografías. Luego alquilamos cada uno la caña o bastón de peregrino que nos ayudaría en la subida. Yo no iba bien calzada para el camino y mis chanclas me hacían tropezar. Como observé que la gente subía descalza y el terreno era de cemento liso, me las saqué. Descalza se caminaba mejor. Así llegué hasta la cima sin dificultad y con los pies en perfecto estado.

El ascenso es una maravilla. Mientras va clareando se ven, allá abajo, la llanura y el río sumidos en brumas evanescentes. Un sol rojo rojísimo aparece en el horizonte y va subiendo con nosotros. Charlas entre peregrinos, ambiente alegre y distendido, tramos de camino llano con bancos de piedra donde descansar y comentar con los que se sientan a tu lado. Familias enteras hacen la subida, los niños corretean y los abuelos más abuelos se hacen subir por los porteadores. Vienen de Bombay o de Ahmedabad o incluso de lugares mucho más lejanos, en la India o Canadá. Todos practican el jainismo y deben permanecer en ayunas hasta que regresen a la falda del monte donde en un templo de acogida les servirán comida. De vez en cuando durante el camino te ofrecen agua fresca que extraen de grandes tinajas de barro o de metal. Es un servicio gratuito al peregrino. Nosotros, como es obvio, ni probarla. Los porteadores, que suben más deprisa que nosotros, reclaman espacio a voces. Sudados y muy cansados los veremos luego dormitando tirados a la sombra de los árboles.

Los templos de Palitana constituyen un centro de religioso jaín visitado diariamente por cientos de peregrinos que suben andando pues no hay carretera. El conjunto está formado por unos setecientos templos que se han ido construyendo durante novecientos años, el más antiguo data del siglo XI. Pegados unos a otros forman un laberinto de piedra, mármol y yeso.

Llegados a la cima, hombres y mujeres se separan y entran en los respectivos centros de aguas donde se bañan y se cambian de ropa. Lo más sorprendente es verlos a ellos preparados para entrar en el templo y hacer las ofrendas, vestidos con unos metros de tela al estilo sari femenino, algunos de color liso otros de colorines, y con un bolsito bordado con abalorios colgando del brazo. Además llevan la boca tapada con un pañuelo.

Si cuando llegamos, el conjunto de templos está desierto, y solamente los que allí trabajan dan con sus vestimentas amarillas color a los espacios de piedra, al cabo de unas horas está lleno de fieles, deambulando, haciendo colas para entrar en los templos más importantes o simplemente descansando sentados en el suelo o en las escaleras que conducen a otros muchos templos. Carruajes de plata tirados por caballos de plata tirados a su vez por hombres de amarillo conducen a los peregrinos a dar vueltas por el patio del templo principal.

Sentados a la sombra de un porche sostenido por barrocas columnas de piedra contemplamos durante horas el bullicio de las gentes y el ondear de los gallardetes de colores sujetos a las lanzas que culminan las cúpulas estilizadas de los templos.

14.7.10

Noche de efluvios en Teherán, vino, gasolina y petróleo

(todos los nombres son inventados)
Volábamos en el coche de Shirin por las autopistas que rodean la ciudad de Teherán. Ella al volante no paraba de hablar. Nos acabábamos de conocer aunque sabíamos la una de la otra desde hacía tiempo a través de nuestra amiga común, Merche, la misma que nos había preparado esta cita desde Berlín.
- Shirin te espera esta noche a las diez en su casa de Yusefabad, calle tal número cual, me había dicho Merche por teléfono.
Tomé un taxi desde donde yo estaba para ir a la cita. El taxista era un joven estudiante que se pagaba los estudios trabajando por las noches. Venía de un pueblo del Azerbaijan iraní y consideraba que su vida era muy dura: trabajar de noche, ir a clase y estudiar de día le estaban minando la salud. Parecía enfadado con todo el mundo, conmigo también. Estaba convencido de que todos los extranjeros odiaban a Irán. Pero como continuaba hablando le seguí la corriente y acabó relajándose y sonriendo. Le di una buena propina.
Shirin vivía en un piso de un edificio alto con verja y jardín. Vivía sola y había decorado su hogar a su gusto con telas de colores, mantas y alfombras, velas y lámparas de cobre que daban una luz tenue y agradable. Shirin es una mujer de unos 35 años, que lleva ya bastantes trabajando de periodista para periódicos y revistas que siempre acaban cerrando por razones políticas. Estos cierres se han convertido ya en rutina. Sabe que al poco tiempo le ofrecerán de nuevo un trabajo en un periódico que va a salir con otro nombre pero con la misma ideología que el anterior. Hay un mundo subterráneo de periodistas, empresarios y demás profesionales de la información disidentes, que aparecen y desaparecen según sople el viento en las altas esferas gubernamentales.
Puso la música a todo volumen y apretó el acelerador todavía más, le encantaba, me dijo, correr por los cinturones de asfalto de la ciudad cuando por la noche el tráfico es casi inexistente. Eso le da una sensación de libertad y así hasta la vida en Teherán le parece bella y excitante. La habían invitado a cenar unos amigos y me llevaba a mí de acompañante. Llegamos a un barrio de clase media. Con edificios de tres o cuatro pisos. Aparcamos sin problemas en la calle frente a la casa. Shirin llamó al timbre y por el interfono una voz respondió y nos abrió la puerta. Subimos las escaleras hasta el segundo piso y esperamos a que se abriera la puerta, cuando eso ocurrió, un olor a vino evidente nos dio la bienvenida. En el interior de la vivienda los amigos de Shirin estaban contentos y muy atareados pues estaban preparando el vino que beberían durante el próximo año. En Irán está prohibida la venta de bebidas alcohólicas, no se vende alcohol ni siquiera en los hoteles de lujo donde se alojan los extranjeros.

-¿No tenéis miedo de que os denuncien los vecinos?, le pregunto a nuestra anfitriona, una joven que dice ser artista pintora.

-No, los ocupantes de este edificio son todos de la familia.

Me mostraron una habitación interior, la más escondida de la casa, donde había veinte bidones de plástico azul de casi un metro de alto por medio de diámetro en los cuales fermentaban las uvas ya chafadas pero que debían remover con unos palos de madera llenos de clavos en el extremo cada día durante varias horas. Para esta labor se turnaban los amigos de dos en dos, cada día una pareja distinta. Eran tres parejas las que se habían puesto de acuerdo y habían comprado en el bazar una tonelada de uvas. Lo vienen haciendo desde hace tres años. Luego se reparten las botellas. Me cuentan entre risas que el día en que fueron a por las uvas, al tendero ya no le quedaba más que una tonelada pues un momento antes otros dos coches se habían llevado sendas toneladas. Todos sabían para qué servirían esas uvas, pero nadie rechistaba, el tendero tampoco porque en un periquete había vendido toda su mercancía y a buen precio.
Los participantes en la cena y también en el asunto del vino eran dos matrimonios, ellos compañeros de trabajo, ingenieros, y ellas trabajando en el mundo de la moda y del arte. Además de la anfitriona, que vive sola, y de Shirin. Todos entre los treinta y los cuarenta años, modernos, altos y delgados, bien parecidos, ellas muy guapas. El piso es antiguo y está sin reformar pero en excelente estado de conservación. Tiene amplios espacios, techos altos y pavimento hidráulico modernista. Como el tiempo es agradable cenaremos fuera en el balcón donde han puesto una barbacoa y una alfombra para sentarse. El balcón da a un amplio centro de manzana sobre jardines llenos de árboles. Mientras cenamos los chicos me cuentan en qué consiste su trabajo. Tienen una empresa privada que colabora con el Estado y su tarea es la de buscar y comprar la maquinaria necesaria para reconstruir las refinerías que fueron destruidas durante la guerra Irán-Irak y que los iraníes debido al embargo nunca han podido rehacer debido al embargo económico. Uno de los mayores problemas de Irán, productor y exportador de petróleo, es que tiene que comprar la gasolina después del proceso de refinado del petróleo porque no tienen medios para hacerlo. Además el Estado iraní subvenciona la gasolina que se vende a precios muy bajos y, con el aumento del parque móvil en los últimos años, eso resulta insostenible. Cuando escribo esto ha salido la noticia en los periódicos según la cual algunos países occidentales han decidido no vender más gasolina a Irán como respuesta a su plan de desarrollo nuclear. Irán a su vez amenaza con no venderles petróleo.
Terminada la cena entramos en el salón para seguir con la tertulia sentados en los mullidos sofás y saboreando gin tonics. De vez en cuando alguien se levanta, se coloca un delantal, y se va a la habitación secreta a darle vueltas al vino.