(todos los nombres son inventados)
Volábamos en el coche de Shirin por las autopistas que rodean la ciudad de Teherán. Ella al volante no paraba de hablar. Nos acabábamos de conocer aunque sabíamos la una de la otra desde hacía tiempo a través de nuestra amiga común, Merche, la misma que nos había preparado esta cita desde Berlín.
- Shirin te espera esta noche a las diez en su casa de Yusefabad, calle tal número cual, me había dicho Merche por teléfono.
Tomé un taxi desde donde yo estaba para ir a la cita. El taxista era un joven estudiante que se pagaba los estudios trabajando por las noches. Venía de un pueblo del Azerbaijan iraní y consideraba que su vida era muy dura: trabajar de noche, ir a clase y estudiar de día le estaban minando la salud. Parecía enfadado con todo el mundo, conmigo también. Estaba convencido de que todos los extranjeros odiaban a Irán. Pero como continuaba hablando le seguí la corriente y acabó relajándose y sonriendo. Le di una buena propina.
Shirin vivía en un piso de un edificio alto con verja y jardín. Vivía sola y había decorado su hogar a su gusto con telas de colores, mantas y alfombras, velas y lámparas de cobre que daban una luz tenue y agradable. Shirin es una mujer de unos 35 años, que lleva ya bastantes trabajando de periodista para periódicos y revistas que siempre acaban cerrando por razones políticas. Estos cierres se han convertido ya en rutina. Sabe que al poco tiempo le ofrecerán de nuevo un trabajo en un periódico que va a salir con otro nombre pero con la misma ideología que el anterior. Hay un mundo subterráneo de periodistas, empresarios y demás profesionales de la información disidentes, que aparecen y desaparecen según sople el viento en las altas esferas gubernamentales.
Puso la música a todo volumen y apretó el acelerador todavía más, le encantaba, me dijo, correr por los cinturones de asfalto de la ciudad cuando por la noche el tráfico es casi inexistente. Eso le da una sensación de libertad y así hasta la vida en Teherán le parece bella y excitante. La habían invitado a cenar unos amigos y me llevaba a mí de acompañante. Llegamos a un barrio de clase media. Con edificios de tres o cuatro pisos. Aparcamos sin problemas en la calle frente a la casa. Shirin llamó al timbre y por el interfono una voz respondió y nos abrió la puerta. Subimos las escaleras hasta el segundo piso y esperamos a que se abriera la puerta, cuando eso ocurrió, un olor a vino evidente nos dio la bienvenida. En el interior de la vivienda los amigos de Shirin estaban contentos y muy atareados pues estaban preparando el vino que beberían durante el próximo año. En Irán está prohibida la venta de bebidas alcohólicas, no se vende alcohol ni siquiera en los hoteles de lujo donde se alojan los extranjeros.
-¿No tenéis miedo de que os denuncien los vecinos?, le pregunto a nuestra anfitriona, una joven que dice ser artista pintora.
-No, los ocupantes de este edificio son todos de la familia.
Me mostraron una habitación interior, la más escondida de la casa, donde había veinte bidones de plástico azul de casi un metro de alto por medio de diámetro en los cuales fermentaban las uvas ya chafadas pero que debían remover con unos palos de madera llenos de clavos en el extremo cada día durante varias horas. Para esta labor se turnaban los amigos de dos en dos, cada día una pareja distinta. Eran tres parejas las que se habían puesto de acuerdo y habían comprado en el bazar una tonelada de uvas. Lo vienen haciendo desde hace tres años. Luego se reparten las botellas. Me cuentan entre risas que el día en que fueron a por las uvas, al tendero ya no le quedaba más que una tonelada pues un momento antes otros dos coches se habían llevado sendas toneladas. Todos sabían para qué servirían esas uvas, pero nadie rechistaba, el tendero tampoco porque en un periquete había vendido toda su mercancía y a buen precio.
Los participantes en la cena y también en el asunto del vino eran dos matrimonios, ellos compañeros de trabajo, ingenieros, y ellas trabajando en el mundo de la moda y del arte. Además de la anfitriona, que vive sola, y de Shirin. Todos entre los treinta y los cuarenta años, modernos, altos y delgados, bien parecidos, ellas muy guapas. El piso es antiguo y está sin reformar pero en excelente estado de conservación. Tiene amplios espacios, techos altos y pavimento hidráulico modernista. Como el tiempo es agradable cenaremos fuera en el balcón donde han puesto una barbacoa y una alfombra para sentarse. El balcón da a un amplio centro de manzana sobre jardines llenos de árboles. Mientras cenamos los chicos me cuentan en qué consiste su trabajo. Tienen una empresa privada que colabora con el Estado y su tarea es la de buscar y comprar la maquinaria necesaria para reconstruir las refinerías que fueron destruidas durante la guerra Irán-Irak y que los iraníes debido al embargo nunca han podido rehacer debido al embargo económico. Uno de los mayores problemas de Irán, productor y exportador de petróleo, es que tiene que comprar la gasolina después del proceso de refinado del petróleo porque no tienen medios para hacerlo. Además el Estado iraní subvenciona la gasolina que se vende a precios muy bajos y, con el aumento del parque móvil en los últimos años, eso resulta insostenible. Cuando escribo esto ha salido la noticia en los periódicos según la cual algunos países occidentales han decidido no vender más gasolina a Irán como respuesta a su plan de desarrollo nuclear. Irán a su vez amenaza con no venderles petróleo.
Terminada la cena entramos en el salón para seguir con la tertulia sentados en los mullidos sofás y saboreando gin tonics. De vez en cuando alguien se levanta, se coloca un delantal, y se va a la habitación secreta a darle vueltas al vino.
Volábamos en el coche de Shirin por las autopistas que rodean la ciudad de Teherán. Ella al volante no paraba de hablar. Nos acabábamos de conocer aunque sabíamos la una de la otra desde hacía tiempo a través de nuestra amiga común, Merche, la misma que nos había preparado esta cita desde Berlín.
- Shirin te espera esta noche a las diez en su casa de Yusefabad, calle tal número cual, me había dicho Merche por teléfono.
Tomé un taxi desde donde yo estaba para ir a la cita. El taxista era un joven estudiante que se pagaba los estudios trabajando por las noches. Venía de un pueblo del Azerbaijan iraní y consideraba que su vida era muy dura: trabajar de noche, ir a clase y estudiar de día le estaban minando la salud. Parecía enfadado con todo el mundo, conmigo también. Estaba convencido de que todos los extranjeros odiaban a Irán. Pero como continuaba hablando le seguí la corriente y acabó relajándose y sonriendo. Le di una buena propina.
Shirin vivía en un piso de un edificio alto con verja y jardín. Vivía sola y había decorado su hogar a su gusto con telas de colores, mantas y alfombras, velas y lámparas de cobre que daban una luz tenue y agradable. Shirin es una mujer de unos 35 años, que lleva ya bastantes trabajando de periodista para periódicos y revistas que siempre acaban cerrando por razones políticas. Estos cierres se han convertido ya en rutina. Sabe que al poco tiempo le ofrecerán de nuevo un trabajo en un periódico que va a salir con otro nombre pero con la misma ideología que el anterior. Hay un mundo subterráneo de periodistas, empresarios y demás profesionales de la información disidentes, que aparecen y desaparecen según sople el viento en las altas esferas gubernamentales.
Puso la música a todo volumen y apretó el acelerador todavía más, le encantaba, me dijo, correr por los cinturones de asfalto de la ciudad cuando por la noche el tráfico es casi inexistente. Eso le da una sensación de libertad y así hasta la vida en Teherán le parece bella y excitante. La habían invitado a cenar unos amigos y me llevaba a mí de acompañante. Llegamos a un barrio de clase media. Con edificios de tres o cuatro pisos. Aparcamos sin problemas en la calle frente a la casa. Shirin llamó al timbre y por el interfono una voz respondió y nos abrió la puerta. Subimos las escaleras hasta el segundo piso y esperamos a que se abriera la puerta, cuando eso ocurrió, un olor a vino evidente nos dio la bienvenida. En el interior de la vivienda los amigos de Shirin estaban contentos y muy atareados pues estaban preparando el vino que beberían durante el próximo año. En Irán está prohibida la venta de bebidas alcohólicas, no se vende alcohol ni siquiera en los hoteles de lujo donde se alojan los extranjeros.
-¿No tenéis miedo de que os denuncien los vecinos?, le pregunto a nuestra anfitriona, una joven que dice ser artista pintora.
-No, los ocupantes de este edificio son todos de la familia.
Me mostraron una habitación interior, la más escondida de la casa, donde había veinte bidones de plástico azul de casi un metro de alto por medio de diámetro en los cuales fermentaban las uvas ya chafadas pero que debían remover con unos palos de madera llenos de clavos en el extremo cada día durante varias horas. Para esta labor se turnaban los amigos de dos en dos, cada día una pareja distinta. Eran tres parejas las que se habían puesto de acuerdo y habían comprado en el bazar una tonelada de uvas. Lo vienen haciendo desde hace tres años. Luego se reparten las botellas. Me cuentan entre risas que el día en que fueron a por las uvas, al tendero ya no le quedaba más que una tonelada pues un momento antes otros dos coches se habían llevado sendas toneladas. Todos sabían para qué servirían esas uvas, pero nadie rechistaba, el tendero tampoco porque en un periquete había vendido toda su mercancía y a buen precio.
Los participantes en la cena y también en el asunto del vino eran dos matrimonios, ellos compañeros de trabajo, ingenieros, y ellas trabajando en el mundo de la moda y del arte. Además de la anfitriona, que vive sola, y de Shirin. Todos entre los treinta y los cuarenta años, modernos, altos y delgados, bien parecidos, ellas muy guapas. El piso es antiguo y está sin reformar pero en excelente estado de conservación. Tiene amplios espacios, techos altos y pavimento hidráulico modernista. Como el tiempo es agradable cenaremos fuera en el balcón donde han puesto una barbacoa y una alfombra para sentarse. El balcón da a un amplio centro de manzana sobre jardines llenos de árboles. Mientras cenamos los chicos me cuentan en qué consiste su trabajo. Tienen una empresa privada que colabora con el Estado y su tarea es la de buscar y comprar la maquinaria necesaria para reconstruir las refinerías que fueron destruidas durante la guerra Irán-Irak y que los iraníes debido al embargo nunca han podido rehacer debido al embargo económico. Uno de los mayores problemas de Irán, productor y exportador de petróleo, es que tiene que comprar la gasolina después del proceso de refinado del petróleo porque no tienen medios para hacerlo. Además el Estado iraní subvenciona la gasolina que se vende a precios muy bajos y, con el aumento del parque móvil en los últimos años, eso resulta insostenible. Cuando escribo esto ha salido la noticia en los periódicos según la cual algunos países occidentales han decidido no vender más gasolina a Irán como respuesta a su plan de desarrollo nuclear. Irán a su vez amenaza con no venderles petróleo.
Terminada la cena entramos en el salón para seguir con la tertulia sentados en los mullidos sofás y saboreando gin tonics. De vez en cuando alguien se levanta, se coloca un delantal, y se va a la habitación secreta a darle vueltas al vino.
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