BLOG DE ANA M. BRIONGOS


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17.9.18

Jorasanko o la historia de la casa de los Tagore y sus mujeres en Kolkata, India.







Este verano, entre julio y agosto he estado en Kolkata, India. Era época de monzón y todos los días, a intervalos, caía una intensa cortina de agua que dejaba encharcadas las calles, algunas de de las cuales se convertían en ríos caudalosos. El intenso calor húmedo hacía que la piel nunca se secara y los ventiladores volteaban permanentemente, de día y de noche.

Refugiadas en el estudio de mi amiga la escultora y ceramista Falguni Bhatt, reguardadas de la lluvia pero contemplándola caer en el patio del estudio cuyas paredes ennegrecidas por el musgo y agrietadas, alojan las raíces de plantas, incluso árboles, que crecen y florecen arrapados al muro, hablábamos de libros.
Me recomendó con vehemencia un libro que había leído hacía poco: Jorasanko, de Aruna Chakravarti. “En este libro se cuentan 200 años de historia de las mujeres de la casa de los Tagore”. 
Una historia nunca contada en profundidad pues siempre se habla de los hombres de esa poderosa familia, especialmente del laureado Rabindranath Tagore, primer Premio Nobel de Asia (1913


Rabindranath Tagore

Me empezó a interesar Tagore y su familia a partir del momento en que me instalé en Calcuta, hace años, para escribir mi libro ¡Esto es Calcuta!. La fotografía de Rabindranath aparecía por doquier, aquel personaje alto y delgado vestido con una túnica que le cubría hasta los pies, de piel oscura y larga melena y larga barba blancas, estaba presente en tiendas, en casas particulares, en calles y plazas. Sus canciones, compuso miles de ellas, se oían en la radio y las cantaban los niños en la escuela. Además, como cuento en el libro, mi madre, profundamente afectada por los terribles acontecimientos vividos durante la guerra civil española, sólo veía un resquicio de luz leyendo a Tagore en las ediciones de la época, en castellano y catalán. Por lo que ya visto desde Calcuta, se cerraba para mí un círculo tagoriano familiar.

Corrí a comprarme el libro Jorasanko que me recomendaba Falguni.
Jorasanko es el nombre de la casa familiar de los Thakur o Tagore como les llamaron los ingleses, la familia más rica y famosa de la época colonial británica. Situada en el centro antiguo de la ciudad, hoy alberga una universidad, lo que da idea de su tamaño.
Los Thakur habían llegado a la zona próxima al nuevo puerto de Calcuta desde otra región de la India pero como eran brahmanes y, por lo tanto, letrados, fueron invitados por los pescadores de la zona para hacer de intermediarios con los ingleses, los nuevos amos, con los que no había manera de entenderse. De este modo se convirtieron en los primeros estibadores y empezaron a hacer fortuna.


Dwarkanath Tagore.jpg
Dwakarnath Thakur

El más conocido de la saga Thakur fue Dwakarnath, abuelo de Rabindranath. Un riquísimo hombre de negocios que llegó a tener empresas de seguros, plantaciones de índigo, barcos, e incluso fue recibido por la reina Victoria de Inglaterra. En su casa se celebraban las fiestas más suntuosas de la ciudad de Calcuta, donde los invitados británicos comían y bebían, aunque él, estricto practicante en materia alimenticia de la tradición hinduísta, no comía nunca con ellos.
A los quince años lo casaron con Digambari, una niña de cinco y, como mandaba la tradición, ella fue a vivir desde ese mismo momento con la familia de su marido, los Thakur de Jorasanko.
Tuvieron tres hijos varones, el mayor de los cuales Debendranath, poco aficionado a los negocios se hizo predicador de una nueva secta del hinduísmo, monoteísta e iconoclasta, que había fundado un amigo de su padre ayudado financieramente por el mismo, la Brahmo Samaj.

A Debendranath lo casaron con Sarada Devi y tuvieron nueve hijos y cinco hijas. Rabindranath, el futuro premio Nobel, era de los pequeños. 

Cuando empezaron a casar a los chicos adolescentes, la casa de Jorasanko se llenó de nueras-niñas que se educaban junto con las hijas y los hijos de su edad y participaban en sus juegos. Estas niñas, ricamente vestidas, maquilladas, perfumadas y cargadas de joyas como unas preciosas muñecas, llegaban en palanquín totalmente escondidas dentro de sus cortinas. Nadie las veía hasta que estaban en el interior de la mansión de Jorasanko. Allí se les adjudicaban unas habitaciones y unos criados o criadas y crecían y se educaban como todos los niños de la familia. Correteaban por sus patios y jardines hasta que llegaban a la pubertad y accedían a la condición de esposas. Eso sí, las mujeres nunca salían de Jorasanco y si lo hacían debía ser totalmente tapadas y escondidas dentro del palanquín. Los maridos, iban y venían según lo necesitaban por sus estudios en la India o en el extranjero o porque la administración de sus extensas propiedades rurales así lo requería.


Jorasanko
En Jorasanko, como es de suponer pasaban muchas cosas. Había que saber buscarse complicidades y organizar estrategias para poder sobrevivir, sobre todo las mujeres. Había maridos buenos y maridos malos. Incluso los había con problemas mentales y reales maltratadores. Pero las esposas habían sido educadas desde su más tierna infancia con la idea de que su destino era el de servir incondicionalmente al marido, sin una queja, pasase lo que pasase. Así que una de las jóvenes esposas empezó a aparecer frecuentemente con heridas y moratones. Siempre daba una excusa como explicación, y nadie se atrevía a rechistar porque el padre-gurú de la familia no quería aceptar que un hijo suyo fuera un maltratador, hasta que un día el marido le dio una paliza de tal envergadura que la dejó tendida, inconsciente y cubierta de sangre en uno de los pasillos de la casa donde fue encontrada por otra nuera y su marido al día siguiente. El marido maltratador fue finalmente internado en un centro para dementes pero volvía de vez en cuando con la convicción general de que estaba curado y se metía en la habitación de su joven esposa que lo recibía aterrorizada pues presentía lo que iba a ocurrir, que por cierto, no tardaba en ocurrir.

En Calcuta, entonces capital del Imperio Británico en la India, estamos hablando del siglo XIX, se estaba produciendo una verdadera revolución cultural y social debido a la hibridación entre la cultura, las ideas y las costumbres de Inglaterra y de la India. Aparecieron poetas, novelistas, dramaturgos, músicos, pedagogos y reformadores sociales y religiosos entre las élites indias que estaban en contacto con los británicos, sus gobernantes. La ciudad bullía. En Jorasanko se publicaban revistas, se representaban obras de teatro escritas por algún miembro de la familia, en que los actores eran ellos mismos, al principio solo actuaban los hombres que también representaban los papeles de mujer, hasta que las mujeres reivindicaron su derecho a actuar y lo consiguieron. También había conciertos y exposiciones de arte pues entre los chicos Thakur había buenos músicos y excelentes pintores. Las mujeres que vivían inmersas en este ambiente artístico y cultural empezaron a escribir e incluso alguna se hizo cargo durante años de la publicación de las revistas que allí se producían. Las que habían llegado niñas a Jorasanko habían ido creciendo y habían adquirido cada una su personalidad de jóvenes adultas, algunas con la determinación de introducir cambios en la estructura férrea de la familia. Una de ellas, Genu, esposa de Satyendranath, llegó a convencer a su marido para acompañarlo cuando fuera destinado como funcionario británico a otra ciudad de la India e incluso se desplazó a Inglaterra antes que él y preparó todo lo necesario para poder vivir en aquel país cuando él llegara. Los tiempos estaban cambiando.


Rabindranath Tagore
Kadambari
Mientras tanto en Jorasanko se desarrollaba una trágica historia de amor entre Rabindranath y su compañera de juegos y amiga desde la infancia, su cuñada Kadambari. Ella era la que leía sus primeros escritos y le animaba a seguir adelante con su vocación de escritor. Años después, en 1913, él recibiría el premio Nobel de literatura.

Pero, queridos lectores, no voy a contarles más. Lean este libro interesantísimo y vean Charulata, la magnífica película del oscarizado director bengalí Satyajit Ray, para saber qué ocurrió.

La autora de este libro Aruna Chacravarti es una profesora universitaria jubilada, investigadora, escritora y traductora, galardonada con prestigiosos premios.






28.5.18

Roland y Sabrina Michaud. Las mejores fotografías de Afganistán


Portada del libro de Roland y Sabrina Michaud publicado en 1970 por Hachette.
Hace dos semanas conocí personalmente a Roland y Sabrina Michaud. Fue en Andorra durante unas conferencias sobre la India que tuvieron lugar en un pueblo rodeado de picos nevados, Ordino.

La presencia del matrimonio Michaud en mi vida comenzó casi con mis viajes a Oriente, hace 50 años. 

Cuando llegué a Kabul, después de haber vivido un tiempo en Kandahar, en mi libro “Un invierno en Kandahar” hablo de ello, vi en la oficina de turismo unos pósters colgados de la pared con unas fotos maravillosas. Fotografías de hombres, mujeres y niños de Afganistán, de una belleza y una dignidad impresionantes. Aquellos pósters se vendían pero yo no pensé nunca en comprar uno ya que si bien era rica en tiempo por aquel entonces, sin embargo el dinero era escaso y había que administrarlo con mucha prudencia.


Los Michaud con Albert Padrol y Ana M Briongos en Ordino, Andorra.  Mayo 2018.
Unos años más tarde, en 1974, ya instalada en la residencia de estudiantes de la Universidad de Teherán donde estudiaba, llegó para compartir conmigo la habitación una estudiante afgana de Kabul, Homa Tarzi. Lo primero que hizo al llegar fue pegar en la pared una fotografía de su madre recién fallecida y después un póster con la cara de un hombre, un afgano muy bello que llevaba a manera de turbante enrollada una cuerda. Lo reconocí al instante como uno de los personajes de los pósters de la oficina de turismo de Kabul. Aquel hombre nos miraba fijamente. De día y de noche. Le llamábamos, el malang de Paghmán. Para nosotras era el hombre ideal.

El malang de Paghmán. Foto Michaud.
El viajero que recorre Afganistán, encuentra a menudo hombres de rostro iluminado, monjes mendicantes musulmanes que han renunciado a los bienes de este mundo y viven la aventura espiritual. Los llaman en Afganistán malang, o locos de Dios. A veces se trata de auténticos sufíes  que han alcanzado las fronteras de la sabiduría y de la santidad. Cómo puede uno permanecer insensible  a la mirada  a la vez intensa y modesta de este hombre. De repente se tiene la certeza  de que  el rostro de Cristo era claro y profundo como este (Afghanistan, Roland and Sabrina Michaud). Paghman es un pueblo cercano a Kabul lleno de jardines, árboles frutales y riachuelos donde los ricos de la capital tenían sus casas de veraneo.
Los lagos de Band i amir en el Hindu Kush afgano. Foto Michaud.
En primavera de este mismo año llegaron mis padres a Teherán para visitarme y luego volaron a Kabul, invitados por la familia del Wali y Jamila Youssof, que me había acogido y donde yo residía cuando estaba en Kabul, y a su hijo Walid, que había pasado un año en Barcelona viviendo con mis padres. Al despedirlos les regalaron dos cosas, un plato de porcelana china, propiedad de la familia que todavía conservo y un libro muy usado de fotografías de Afganistán donde ¡oh sorpresa! estaban las imágenes de los pósters y, entre ellas, el malang de Paghmán. Entonces supe que sus autores eran Roland y Sabrina Michaud.

Cuando supe que participaría en una conferencia en que ellos eran los actores principales, busqué el libro para enseñárselo. Se trata del primer libro que publicaron, una edición de 1970.

Mi participación en esa conferencia consistió en explicar lo que acabo de contar. Después saqué el libro y mostré la foto del malang de Paghmán a mis contertulios y a la sala repleta de gente. Roland se emocionó. 

Buzkashi, el deporte nacional de Afganistán. Foto Michaud.
Cuando escribí “Un invierno en Kandahar” pensé que la portada debía tener una fotografía de los Michaud. Lo intenté. Pero se  publicó la primera edición en Ediciones B, la edición de bolsillo, la edición digital, la edición en inglés y, recientemente, la edición de Laertes y todavía no lo he conseguido. Los Michaud no tienen correo electrónico, ni teléfono móvil, ni página Web. Además viajan constantemente. Lo intenté, les mandé cartas, no hubo respuesta. Encontré la copia de una de las cartas que les había mandado y se la entregué a Roland para que quedara constancia. Nos reímos. Los Michaud son de otro mundo.

Roland y Sabrina Michaud han publicado muchos libros, en ellos les gusta encarar a modo de espejo una miniatura antigua con una de sus fotografías cuyo tema resulta sorprendentemente parecido, lo llaman miroirs (espejos en francés)


Finalizada la charla me dedicaron el libro. He aquí la dedicatoria que transcribo traducida:

Para Ana Maria a la que conocemos desde siempre, como recuerdo de nuestro encuentro “extraordinario” en Andorra (se trata de un milagro, de magia, como en un cuento de las mil y una noches). 
Mi emoción es inmensa. 
Gracias por existir. 
Gracias por este espejo, de corazón a corazón. 
Sabrina y Roland, 
Ordino, 10/V/2018.

La primera fotografía muestra la portada del libro de Roland y Sabrina Michaud "Afghanistan" de la colección "Rêves et Rêalités" publicado en 1970 por Hachette. Las fotografías pertenecen a este libro.

Interesante artículo publicado en The Guardiam con fotografías:

11.3.18

Reedición de mis libros y 50 años de vida viajera.







Para celebrar la reedición de mis libros, todos ahora en Laertes y los cincuenta años desde que salí por primera vez rumbo a Asia (1968) y me instalé en Kandahar, organizo un encuentro. Y ¿dónde mejor que en la librería Altaïr de Barcelona? 

Será una celebración para amigos viajeros, amigos lectores y almas inquietas y curiosas. También será un homenaje a los protagonistas de mis libros, de Afganistán, Irán, la India o Bangladesh que siguen, después de tantos años, siendo mis amigos y una reflexión sobre los cambios tan radicales que han sufrido sus países.

Como mis libros hablan de personas reales con los que he entablado lazos de profunda amistad y a los que he seguido viendo a lo largo de los años a pesar de las sacudidas que les ha dado la vida a causa de lo que ha ocurrido en sus países, me gustará explicar qué ha sido de ellos y mostrar sus retratos para que los lectores puedan poner caras a las historia vitales que cuento.

Fecha: el jueves 15 de marzo. Lugar: Librería Altaïr, Barcelona. Hora: 19h.

Pasaré fotos, contaré aventuras y conversaré con Jordi Esteva, fotógrafo, escritor y viajero, que ha aceptado subir al estrado y sentarse a mi lado.


Sorpresa: En esta antología de literatura de viajes publicada en Inglaterra en 2017, aparece mi libro “Black o Black” (Lonely Planet) y mi nombre entre los grandes: Nicolas Bouvier (The Way of the World), Joseph Conrad (Heart of Darknes), Henry Miller (The Colossus of Maroussi), Paul Bowles (Without Stopping), Bruce Chadwin (In Patagonia), Mary Kingsley (Travels in West Africa), Devla Murphy (Full Tilt), Ana Briongos (Black on Black)...





11.2.18

Afganistán, el reino perdido. Memorias de un príncipe afgano.The Lost Kingdom. Memoir of an Afghan Prince.








Acabo de leer las memorias recién aparecidas del que se firma H.R.H. Prince Ali Seraj of Afghanistan. Cuando supe, a través de Facebook, que Ali Seraj estaba escribiendo sus memorias estuve a la expectativa para ver qué contaba, pues sus memorias están ligadas a mis vivencias en Afganistán y sabía que algunos personajes de mi libro “Un invierno en Kandahar”, entre ellos él mismo, aparecerían en su libro. Yo había vivido durante un verano en su apartamento de Kabul,  lo había encontrado cada vez que viajaba a Afganistán, conocía a su novia americana que después ha sido su esposa y a su hermano Abdullah con quien todavía me escribo y a muchos de sus primos y primas, todos pertenecientes a la familia real.


La portada y la contraportada de The Lost Kingdom ya nos anticipan, junto con el título, de qué trata el libro. En la portada hay la foto del palacio del rey en sus épocas de esplendor y en la contraportada vemos el mismo palacio casi en ruinas, como está hoy en día. Ali cuenta cómo era Kabul en los años setenta cuando regentaba unos bares-discoteca de moda, cómo llegaron al poder los comunistas y, con ellos, la invasión soviética, cómo salió de su país y cómo siguió desde Estados Unidos los acontecimientos que iban ocurriendo en su tierra, la guerra civil, los talibanes y los atentados de las Torres Gemelas en New York con la consecuente intervención americana y la expulsión de los talibanes. En total veintitrés años fuera de su país. Después su regreso ya con el nuevo gobierno.

Para los que habéis leído “Un invierno en Kandahar” os sonará lo que voy a comentar. A los que no lo habéis leído quizá después de este escrito os entran ganas de leerlo.


Nueva edición en español de Laertes
Edición en inglés de Trotamundas Press


"Un invierno en Kandahar" es quizá mi libro preferido pues en él cuento el origen, hace 50 años (1968-2018), de mis andanzas por Afganistán, Irán e India y, en fin, de mi vida viajera. En la segunda parte que subtitulo “Canción de cuna para un aventurero muerto”, hay dos personajes principales, un francés, Pierre Descombes y un afgano, Fereidún. Los dos nombres son ficticios pero las personas existían de verdad. El francés se llamaba en realidad Gerard Lefevre y sobre él escribe Ali Seraj en sus memorias y la descripción que hace es totalmente distinta a la que hago yo. Fereidún era el amigo afgano de Gerard, que no sale en el libro de Ali con nombre pero sí como referencia.

Gerard, marcado desde su desdichada infancia en Lyon, era un personaje maldito, que llegó a Afganistán y allí desarrolló un desesperado deseo de hacerse rico y afgano, o afgano y rico, pero además quería llegar a ser respetado como afgano por los mismos afganos, cosa por otra parte harto difícil. Gerard era muy guapo y en el Afganistán cosmopolita de los años setenta, ser guapo era un punto a favor muy importante. Cuando llegó a Kabul ya hablaba, a parte de francés, inglés y español a la perfección y casi sin acento pues tenía una facilidad extraordinaria para las lenguas. En Kabul aprendió dari, variedad del persa que se habla en Afganistán, y lo hablaba tan bien, tan igual que los trabajadores del bazar, que sorprendía a los mismos afganos de la élite de la capital con los que él se codeaba y al lado de los que quería instalarse. Se convirtió al islam en una ceremonia cuya noticia apareció incluso en los periódicos y cambió su nombre de pila francés por Abdullah. Para prosperar en los negocios, no tenía recursos pero era muy trabajador, debía hacerlo asociado a un afgano, por ley. Y se asoció con Ali Seraj, el de las memorias, el príncipe Ali Seraj, que acababa de regresar a su país desde los EEUU donde había estudiado. 

HRM Prince Ali Seraj of Afghanistan
Ali llegaba pisando fuerte y era un hombre joven de gran envergadura y aspecto casi fiero. Quería abrir negocios modernos en un país tan atrasado como el suyo pero que tenían cabida y serían bien recibidos en Kabul por la burbuja de extranjeros de las embajadas, los militares norteamericanos, y la élite de afganos cultos y occidentalizados que se movía alrededor de la corte. Así se abrió el “Twenty five”, un bar de copas y restaurante con pista de baile donde acudía la flor y la nata de Kabul. Ali era el dueño que ejercía con su presencia y su pedigree como tal y Abdullah o Gerard era el currante, guapo, elegante y encantador y, mira por dónde, exótico entre la élite afgana.
Y no cuento más porque hay que leer el libro “Un invierno en Kandahar”, pero esta historia se acabó como el rosario de la aurora y lo cuento yo y lo cuenta Ali pero con versiones muy distintas. 


Rey Abdurrahman Khan 1880/1901
bisabuelo de Ali
Estamos hablando de un Afganistán a finales de los 60 y en los 70, en plena guerra fría, situado geográficamente en un lugar estratégico con frontera con la URSS y con China, Pakistán e Irán, donde se cocinaban estrategias entre los bloques. Decían que era un nido de espías y los afganos estaban obsesionados con los espías, veían espías por todas partes.



El abuelo de Ali, rey Habibullah Khan.
1901/1919
Para Ali Gerard fue simplemente un espía traidor al que hizo expulsar del país.

Para mí y para algunos afganos, entre ellos Fereidún, fue mucho más o mucho menos que eso. Fue un aventurero, eso sí lo fue. Un aventurero loco y desesperado que luchaba como un titán, solo, para conseguir su utopía personal. Jugó con fuego. Fue un buen amigo y lo demostró cuando hizo falta, y su historia personal fue extraordinaria y tremenda más allá de si en algún momento pudo meterse en líos de espías.

Gerard-Abdullah está muerto y Ali en el exilio, dorado, pero exilio. Y Afganistán es un país destrozado por la guerra donde se enriquecen los fabricantes de armas: Un reino perdido. A Lost Kingdom.


Las memorias de Ali Seraj son interesantes para aquellos que quieran saber cómo ha vivido los tremendos acontecimientos que han sacudido a su país un nieto y biznieto de reyes, poderoso y pagado de sí mismo y con pasaporte americano que pertenece a una élite culta y moderna cuyas mujeres, en los años 60 y 70 estudiaban, hablaban idiomas y no  iban cubiertas, en un país atrasado, patriarcal, muy conservador y religioso, de mujeres con burka.