BLOG DE ANA M. BRIONGOS


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14.11.20

La Contracultura en Barcelona vivida por Ana M Briongos



Escribí este artículo en marzo de 2020 y salió publicado, en la revista "Política y prosa" de mayo.


Son las diez de la noche, quinto día de confinamiento por Covid19, veo en la televisión el documental Rolling Thunder: A Bob Dylan Story de Martin Scorsese (2019). El documental sigue una gira que hizo el cantante por los Estados Unidos en el año 75. Bob Dylan está en el escenario ante un público entusiasmado. La cara embadurnada de blanco, los ojos ennegrecidos con kool, en la cabeza un sombrero con un plumero de flores. Bob comienza a cantar "But it 's a hard rain ..." y de golpe siento en medio del silencio de una ciudad paralizada por la epidemia, un emocionante salto atrás en el tiempo. Una vuelta a la psicodelia, la transgresión, a la ilusión, a la juventud, a la rabia, a la imaginación. ¡Qué poder tiene la música para revolver estratos solidificados, si las circunstancias le son adecuadas! Allen Ginsberg recita poemas, canta y baila en el documental que finaliza con él y Dylan en el cementerio donde está enterrado Jack Kerouak, sentados en el suelo delante de la tumba del autor de "On the Road".


2015 San Francisco bajo la mirada de Jack Kerouak
 

La primera vez que oí hablar de la generación Beat y de sus poetas, padres de la contracultura en los Estados Unidos, fue gracias a Ferran Fullà que acababa de salir de la prisión de Lleida junto con Martí Capdevila, Salvador Clotas y Manolo Vazquez Montalbán, después de cumplir condena dictada por el tribunal de orden público en el año 62 (Barcelona 1962. L'ombra dels CreixCCMA22 oct. 2014)


Los cuatro presos (documental L'ombra dels Creix)

Ferran tenía un Temps Modernes dedicado a los poetas Beat, Ginsberg, Ferlingetti, Corso, Kerouak y algún otro. California, San Francisco, la librería City Lights donde se reunían, comenzaron a serme familiares. Supimos de las manifestaciones de estudiantes contra la guerra de Vietnam, de la fundación de los Black Panthers en Oakland, los disturbios en la Convención Demócrata de Chicago. Los jóvenes americanos se ponían flores en el pelo y adoptaban la consigna “haz el amor y no la guerra”.


Símbolo de los Black Panthers

Qué queremos: los 5 puntos de los Black Panthers


En nuestro país ya habían celebrado los veinticinco años de paz franquista. En ese momento se solapaban situaciones diferentes y contradictorias en nuestras vidas, la militancia en partidos antifranquistas, el desencanto respecto a estos partidos, el convencimiento de que el franquismo no se acabaría por la lucha sino que el dictador moriría en la cama, como así fue, la rabia por las condenas a muerte y las posteriores ejecuciones, las ganas de ser felices y de divertirnos, éramos jóvenes, y las ganas de mandarlo todo a paseo.


El mundo que veíamos no nos gustaba. No nos gustaba el mundo que habían hecho nuestros padres. Salve regina mater misericordia, desde este valle de lágrimas te rogamos, arrodillados, atemorizados, acojonados. Cuando ya se captaba la sociedad del bienestar; cuando ya se habían cambiado los Biscuters por Seats 600 y éstos por Renaults y Citroëns, no estábamos dispuestos a aceptar que el mundo fuera un valle de lágrimas. Todo estaba prohibido, todo era "no" y cuando nos empezamos a preguntar ¿por qué no? fueron cayendo las prohibiciones una detrás de otra como los decorados de un teatro y no pasaba nada, entonces pensamos que todo lo que nos habían dicho era mentira.


La madre de Ferran Fullà tenía un terreno en el Guinardó, mi padre de Quintanarraya, provincia de Burgos, que había llegado a Barcelona sin dinero pero con el empuje y el optimismo de haber ganado la guerra, propuso construir una casa de pisos en ese terreno. No tenía experiencia en el mundo de la construcción y había que encontrar un arquitecto. Martí Capdevila acababa de hacer la mili con Oscar Tusquets. Tusquets y Clotet hicieron con toda libertad un proyecto insólito, experimental y fantástico. 




Casa Fullà

La construcción de esa casa fue un calvario por la falta de experiencia del constructor y de los arquitectos pero salió una casa extraordinaria, la casa Fullà. Allí fueron a vivir la gente más variada ya que los pisos laberínticos, duplex y triplex no gustaban a las familias convencionales pero sí gustaban a los jóvenes psicodélicos de aquel momento. En el barrio se conocía como la casa de los hippies y era como un castillo mágico que se llenaba de colores gracias al LSD. Cuando empezamos a habitar el edificio yo ya no era pareja de Fullà sino de Pau Maragall, brillantísimo rebelde, que con el seudónimo de Pau Malvido escribiría "Nosotros los malditos" sobre la movida contracultural de Barcelona, ​​crónicas publicadas posteriormente por Anagrama.


Con Pau nos instalamos en el 5º B de aquella casa. Al 7º acudió en Victor Jou que con Pepe Aponte se pusieron frenéticamente a idear el Zeleste, que fue la discoteca emblemática de Barcelona en los 70; al 9º B llegó Pepa Llopis que acababa de sacar al poeta y dramaturgo Joan Brossa de casa de sus tías. Brossa desde la terraza de su piso irradiaba energía creativa. Francesc Bellmunt preparaba su película Orgía. Los hermanos Clúa ensayaban con Serrat y éste cantaba tangos con Brossa. Marta Pessarrodona, poeta, lloraba la muerte de otro poeta, Gabriel Ferrater. Vicky Combalía, en el 3º F, nos hablaba del arte conceptual. Había médicos y arquitectos, todos muy jóvenes, algunos todavía sin terminar la carrera. Llegaron Tim y John, unos estudiantes estadounidenses de Illinois con la maleta cargada de LPs, Crosby, Still, Nash and Young, Grateful Dead, Jimmy Hendrix y con libros de Jerry Rubin y Abbie Hoffman, Steal this Book, y nos lo tomamos tan en serio que dejábamos el drugstore sin libros, todos robados.


Cena en casa de Pepa y Brossa, 9ºC casa Fullà

Pau Maragall, que estudiaba sociología en la nueva UAB, se hizo con un grupo de seguidores de su curso, incondicionales, Javier Ballester, Montesol, entre ellos. Bajo su dirección organizaban performances y pintaban muros con consignas de significación social.

Desde el centro del movimiento contracultural norteamericano, la Universidad de Berkeley, llegaron Luís Racionero y María José Ragué que se instalaron en el Putxet. Ragué publicó "California Dream" (Kairós) donde nos explicaba, de primera mano, qué pasaba en California. Damià Escuder, originario del Ampurdán, que había caído en la marmita de las setas alucinógenas cuando nació y ya no necesitaba nada más para ir siempre volado, con barba y pelo rojo y crespo, ejercía de gurú inteligente y sideral. Jaume Sisa y algunos otros se dejaban insultar cuando paseaban sus melenas por las calles. En Formentera Pau Riba y Mercè Pastor parían niños sin médico ni comadrona y la perra Monacabra les lamía el culito cuando se cagaban. Mientras, junto a la cisterna, grababan "Jo, la dona y el gripau" con el guitarrista Toti Soler y el madrileño Mario Pacheco, de larga melena rubia, que poco después abriría la discográfica Nuevos Medios desde donde descubrió y produjo a los nuevos flamencos, Camarón, Quetama y otros. Pepe Ribas iniciaba la aventura de Ajo Blanco, la revista ácrata que acogió a los que tenían algo que decir fuera de lo establecido. Y en la calle Comercio Nazario, un maestro de escuela llegado de Sevilla con los cómics del underground americano bajo el brazo, obtenidos en la base de Rota, hacía de madre de un grupo de aprendices de dibujante que no paraban de inventarse historietas con las que publicaron "El Rrrollo Enmascarado". Y yo iba y volvía de Afganistán y de Irán.


En este caldo de cultivo se publicaron revistas, surgieron grupos de teatro, grupos de música y cantautores memorables. Se montaron comunas, festivales de música, discotecas.


Todo esto ocurría poco antes de que muriera el dictador. Tiempo lleno de energía, de creatividad, de ilusión, de ganas de cambiar el mundo, de respeto y disfrute de la naturaleza, de recreo sin dispendio, de experimentación, de promiscuidad, de alucinaciones, de marihuana y hashish.


Muere el dictador y comienza una explosión de libertad, jornadas libertarias, mariconas al poder, drogas duras, sida. Hubo muertos. El mundo siguió su dinámica feroz de crecimiento económico. El movimiento contracultural dejó unas corrientes de pensamiento que siguen vivas entre aquellos que todavía creen que otra manera de vivir es posible y necesaria. Hoy, en plena pandemia y en el silencio del confinamiento, podemos pensar en ello.