Anteayer asistí al homenaje que
se le tributó a Teresa Losada, monja franciscana y pionera en el servicio de
acogida, orientación y ayuda a los inmigrantes. Tuvo lugar en la hermosísima
iglesia gótica de Santa María del Mar, en Barcelona, donde ella había empezado
con su labor social hace ya unas décadas. No fue una ceremonia religiosa, fue
una reunión festiva donde todos los asistentes teníamos algo que ver con
Teresa: inmigrantes, hombres, mujeres y niños; voluntarios y trabajadores, la mayoría
ligados a la fundación que ella creó y que lleva el nombre de Bayt-al-Thaqafa
que en árabe significa “casa de la cultura”
En agosto falleció Teresa Losada.
Era una persona extraordinaria que dedicó toda su vida a acoger, con los brazos
abiertos y sin condiciones, a los que llegaban de fuera en busca de un futuro
mejor.
Quizá nos habíamos cruzado en el
patio de letras cuando ella se dirigía al departamento de semíticas donde
preparaba su doctorado con el doctor Gil Vernet, o daba sus clases. Y yo iba directa
al bar a conspirar, preparar asambleas y manifestaciones tras haber asistido a
mis clases de físicas. No la conocí hasta mucho más tarde.
Teresa Losada era monja
franciscana. Conocedora de la lengua árabe y del mundo musulmán por su formación académica, se dio cuenta
enseguida de lo que se avecinaba con la llegada de los primeros inmigrantes del
Magreb a principios de los años setenta. Y vio que la nueva situación social le
ofrecía la oportunidad de poner sus conocimientos, su voluntad y su especial
sensibilidad en una labor de acogida que consideraba absolutamente necesaria.
Dejó la universidad y pidió a su
comunidad que le permitiera instalarse en Sant Vicenç dels Horts donde a pie de
fábrica, y con la ayuda de un par de compañeras, empezó con su labor de acogida
de un grupo numeroso de familias magrebíes que habían llegado siguiendo unos
contratos de trabajo.
Desde el principio trazó un
camino que después han seguido otras muchas organizaciones sociales, como dice
Albert Sáez en el artículo que le dedicó en el Periódico el 27 de agosto de
2013, dos días después de su fallecimiento: “respeto entre comunidades,
aproximación desde el conocimiento mutuo, trabajo conjunto a favor de los
derechos humanos: comida, escuela, religión, libertad… sin exigir renunciar a
unos para tener los otros”.
Teresa fundó la asociación
Bayt-al-Thaqafa, que ahora tiene dos sedes, una en Sant Vicenç dels Horts y
otra en Barcelona. Allí se dan clases de castellano y de catalán, hay talleres
de costura y de cocina donde las mujeres se reúnen y pasan ratos agradables de
tertulia, hay clases de repaso para niños y para adolescentes, hay un equipo de
futbol que reúne a los jóvenes, se hacen excursiones, se celebra la navidad y
el fin del ramadán, y nos felicitamos todos cuando es el año nuevo bengalí o la
fiesta de la luna china.
Más de treinta años después de
haber salido yo hacia otros países, por curiosidad, por ganas de ver mundo pero
también por el agobio que sentía en mi país de fin de dictadura. Después de
haber sido yo misma acogida con cariño y protegida como mujer que andaba por países
musulmanes, por gentes de buena voluntad que no me conocían de nada y que me
ayudaron a conocer sus costumbres para no meter la pata a cada momento y a
paliar la desorientación que se siente ante un mundo desconocido y tan
diferente, me encuentro con la realidad de los otros que han hecho el camino
opuesto al mío y siento las ganas de devolver lo que me dieron, aquel calor,
aquella seguridad, aquel cariño.
Por casualidad llegué a
Bayt-al-Thaqaffa y allí sigo de
voluntaria desde hace diez años. Trabajo con jóvenes de países como Pakistán,
India, Marruecos, Bangladesh, Nepal, China. Con otros voluntarios les damos
clase de repaso y hacen los deberes con nosotros cuando salen de clase. Son
estudiantes de ESO y de bachillerato. Lo tienen difícil porque llegaron ya de
mayorcitos y han tenido que aprender catalán y castellano y entrar en la clase
que les corresponde por edad después de tan solo dos o tres meses de clase de
acogida, si es que la escuela tiene recursos para ello. Pero en eso estamos, y
cada vez que uno termina la ESO lo celebramos como un triunfo y si lo que
termina es el bachillerato, tiramos la casa por la ventana. Además lo pasamos
bien y tenemos la sensación de que serán ciudadanos responsables y solidarios
en el futuro. Sentirse satisfecho con uno mismo y sentirse ciudadano como los
demás es la mejor vacuna contra los fundamentalismos. Nada de buenismo, trabajo
serio y responsable pero con amor y buen humor.
Tardé en saber quién era Teresa
pues tiene una hermana gemela, Ana, también franciscana y al principio creí que
eran la misma persona. Con el tiempo y las fiestas cuando nos reuníamos todos,
la distinguí y hablé con ella. Sabía perfectamente quién era yo. Estaba al
tanto de todo. Como yo no venía del mundo de la cooperación y de las ongs, no
sabía de su prestigio pero me fui enterando.
Hace poco, cuando ya ella estaba
muy enferma, pude apreciar su eficacia al resolver positivamente para uno de
nuestros alumnos algo que me parecía muy difícil, casi un sueño.
Anteayer, Santa María del Mar estaba llena de gentes
de todos los colores y con todo tipo de vestimentas, hombres, mujeres y niños,
había muchos musulmanes, había sikhs, había hindúes, había cristianos y también
ateos. En una gran pantalla vimos a Teresa hablando en una entrevista que se
puede ver también en youtube. Hubo músicos marroquíes que la homenajearon con
su música. Gentes de todas las edades y condiciones leyeron frases que ella
había escrito, en catalán, en castellano, en árabe, en urdú. Al final se repartieron
bolsitas con dátiles como despedida y símbolo de dulzura, energía y
fraternidad.