Ahora que a Lluís Clotet le han otorgado el Premio Nacional de Arquitectura me parece que puede resultar curioso para muchas personas saber el origen de la que fue su primera obra de envergadura.
La historia de la casa Fullá forma parte del Celtiberia Show y es un interesante ejemplo de cómo se construía en aquellos años, la última década del franquismo, cuando el régimen había conseguido que aumentara el consumo gracias a la política económica que impulsaron los sucesivos gobiernos. El coche Seat 600, los electrodomésticos y la televisión, entraron a formar parte de las posesiones de la clase media.
Mi padre, el constructor de este edificio de viviendas de calle Génova 25, don Restituto Briongos Moncalvillo, natural de Quintanarraya, provincia de Burgos, había llegado a Barcelona al terminar la guerra, sin medios económicos. Como había sido seminarista en el seminario del Burgo de Osma de donde se salía con el bachillerato terminado y hablando latín, decidió estudiar derecho, carrera que terminó en tres años con excelentes notas. Mientras, trabajaba como inspector de policía. Se casó con mi madre, una catalana que tocaba el piano y había visto sus estudios de medicina truncados por la contienda y que luego se hizo maestra. Mi padre que venía del bando vencedor me acunó con historias de la guerra, el discurso de José Antonio y el himno de la legión. Sus historias eran mucho más optimistas y divertidas que las de mi madre que seguía aterrorizada. Era como si hubieran estado en guerras distintas, aunque los dos estaban de acuerdo en que lo mejor que podía haber pasado era que ganara Franco.
Entré en la universidad en el 63. Me afilié al PSUC y milité en este partido clandestino durante unos meses, estuve encerrada en la Capuchinada, la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), y fui luego delegada de asuntos culturales de ese sindicato. Me enamoré y me casé con Ferrán Fullà, un estudiante de físicas como yo, hijo de republicanos, que acababa de salir de la cárcel después de ser juzgado en el 62 por un tribunal militar junto con Manolo Vázquez Montalbán, Salvador Clotas y Martí Capdevila, con los que cumplió condena.
La madre de Ferran tenía un terreno en el Guinardó, un lugar en la montaña desde donde se veía el mar, y mi padre le hizo una propuesta: ella ponía el terreno y él hacía una casa. No tenía experiencia como constructor ni tampoco dinero, pero era un emprendedor y ya había adquirido una fabriquita de ampollas para inyectables y un taller de muebles de camping que le reportaban algunos beneficios, donde trabajábamos a horas toda la familia y a tiempo completo los que emigraban de un pueblo de Huelva llamado La puebla de Guzmán. Buscaba un arquitecto y como Martí Capdevila acababa de hacer la mili con el recién licenciado en arquitectura, Oscar Tusquets, se lo recomendamos. Construir aquella casa (1967-70) fue una empresa tan difícil casi como levantar las pirámides de Egipto. Ni el constructor tenía experiencia como tal ni los arquitectos, Tusquets y Clotet, habían diseñado todavía edificios de aquella envergadura. Pero se realizó gracias al empeño y la resolución de la inmigración burgalesa: mi padre y Alfredo, el maestro albañil de su pueblo, Quintanarraya.
Y salió la casa que salió. Una maravilla. Un laberinto. Nunca sabías quién era tu vecino, ni el de arriba ni el de abajo pues los pisos se solapaban, los había de una planta, también dúplex y tríplex, con escaleras que subían y luego bajaban. Todos eran diferentes, de una habitación, de dos, de tres y hasta de cuatro. Tenían claraboyas por las que se veía el cielo. Las chimeneas parecían las almenas de un castillo. Y los espacios comunes eran amplios y luminosos y en ellos se ponían belenes en navidad o se jugaba al futbol. Los que fuimos a vivir allí lo tomamos como una aventura. Llegaron pocas familias normales pues los niños se podían descalabrar con tanta escalera y la estética que gustaba en general no era aquella. Como escribe el catedrático Josep M. Rovira, de la Escuela de Arquitectura de Barcelona y antiguo vecino de la casa, “Mai no van viure a la casa Fullà aquells que corresponia per barri i geografia. Devien quedar-se atònits davant d’aquella oferta, tan poc disposada a acollir families convencionals, que no entenien. Allà, barrejant-se amb el veïns d’una altra classe que ocupaven edificis adjacents, van anar a viure arquitectes, psicòlecs, músics, critics d’art, dissenyadors gràfics, escriptors, directors de cinema, artistes, un futbolista del Barcelona…” Se vendieron algunos pisos y se alquilaron los otros. La portera, María Jesús y su marido, el Sr. Juan, trabajador en el taller de muebles de camping, de La puebla de Guzmán, claro, fueron los primeros en instalarse con sus hijos. Allí llegó Victor Jou, y en su piso se inventó el Zeleste, que fue la discoteca emblemática de Barcelona durante muchos años. Yo, que ya pasaba largas temporadas en Afganistán e Irán, llegué con Pau Maragall pues ya me había separado de Ferran Fullà. Llegaron el cineasta Bellmunt y el dibujante Vallés y una serie de arquitectos como Xavier Sust, Alberto Aguirre, Joaquín Mora, Josep M. Rovira. Llegó Victoria Sol con su hija Raquel y los médicos Tere Poblet y Toni Panyella y mi hermano Miguel con Vicky Combalía y el pintor Ángel Jové con su esposa Sarita hija del director de la cárcel de Lérida donde los presos antes mencionados habían cumplido condena. También llegaron el dramaturgo y poeta Joan Brossa con Pepa Llopis que lo acababa de sacar de casa de sus tías y empezaron allí su larga vida de pareja. Y la escritora Marta Pessarrodona. Y Foncho, el jugador canario del Barça. Después llegaron los Rambla, Jaime y Loles que se fueron a Nueva York y de allí vino la psicóloga Lolo Cid recién separada del pianista Carlos Santos. En el piso del bajista Jordi Clúa se reunían los músicos de Serrat y en nuestra casa Serrat le cantaba tangos a Brossa. También estuvo Walid, el príncipe afgano que con el nombre de Fereidun protagoniza mi libro "Un invierno en Kandahar", y tiempo después su hermana Hassina se instaló durante meses. Y había más que se me olvidan. Se hacía vida de puertas abiertas ante la mirada perpleja del discretísimo señor Juan y de su esposa. Cambiábamos de piso porque cambiábamos de pareja o porque necesitábamos más espacio. Yo pasé del 5ºB al 9ºC y en este último fundé mi familia con Toni Alsina y fue donde nuestros hijos crecieron. Y en el 5ºB entraron Xavi y Lili cuando volvieron de Méjico y Lluís Riera y Beatriz ocuparon el 5ºC. Ramón Casals y Alba estaban en el 3ºF. Nos hemos hecho mayores. Desde la casa Fullá fuimos testigos de la muerte de Franco y del 23F. Nosotros ya no vivimos allí desde que Barcelona se abrió al mar, ahora estamos en la Vila Olímpica, otros también se han marchado, pero Pepa Llopis sí sigue con los recuerdos de Brossa y Victor Jou también y Conxita y Eli, Joan Marí, Jordi Andreu y el señor Juan.
La casa está anclada en un puerto de montaña llamado Guinardó y, encarada al mar, parece un castillo o un barco con almenas dispuesto a zarpar hacía fantásticos mundos de cuento y no es raro ver a grupos de estudiantes de arquitectura japoneses fotografiándola desde todos los ángulos.
Hay un documental sobre esta casa y su historia. Se titula "Construint llibertat" y se puede ver en TV3 a la carta.