Es la tercera vez que estoy en
Irán durante las celebraciones del año nuevo, el Nowruz, que coincide con el
equinoccio de primavera. El 20 de marzo de 2013 de nuestro calendario, empezó
en Irán el primer mes del año, farvardin,
de 1392.
La primera vez fue en 1974,
cuando estudiaba en la Universidad de Teherán y me alojaba en una residencia
para chicas estudiantes. Llegó Nowruz con sus dos semanas de vacaciones y se
vació la residencia y se vació la ciudad de Teherán. Y me quedé prácticamente
sola en una ciudad desierta y en una residencia más desierta todavía. Mis
compañeras, la mayoría procedentes de otras regiones del país, se fueron a
pasar las fiestas con sus familias. Aunque algunas aprovecharon esos días de
vacaciones para operarse la nariz pues la rinoplastia en Irán no es algo que se
ha puesto de moda en los últimos años sino que lleva décadas practicándose de
manera generalizada.
La segunda vez, ya después de la
Revolución Islámica y terminada la larga guerra contra Irak, pasé el Nowruz con
unos amigos iraníes en una casa de campo a orillas del mar Caspio, en medio de
un paisaje de bosques y donde no paraba de llover. En la casa con mis amigos y
toda su parentela, se jugaba a las cartas, se bebía vodka y se fumaba opio.
Todo ello ilegal por supuesto.
Acabo de regresar de Irán y este
ha sido mi tercer Nowruz aunque en el intervalo que va desde la primera vez que
pisé suelo iranio en 1968 hasta el día de hoy haya viajado en múltiples
ocasiones a lo que antes se conocía como Persia.
Viajar por Irán en Nowruz es algo
extraño y yo en principio no lo aconsejaría pero a mí, que he estado en soledad
contemplando las ruinas de Persépolis varias veces, por poner un ejemplo, me ha
interesado muchísimo compartirlo con centenares de personas, todas iraníes. Y
es que en Nowruz todos intentan salir a hacer turismo por su propio país.
Cargan el coche con la alfombra, el sofré o mantel, el hornillo, la cazuela, la
tetera, las mantas, los padres, los niños y los abuelos, y se lanzan a la
carretera. Por la noche acampan donde les parece, en un parque público, al lado
de la cuneta o en un parking. La tienda de campaña la compran en cualquier
pueblo pues venden tiendas en todas partes. Todas son iguales con un solo
espacio en forma de igloo apepinado y de tejido de nylon, lo que varía es el
color. Las hay rosa fluorescente, verde limón, malva, azul cielo… No hay que
montarlas. Se abre la cremallera del envoltorio circular que mantiene plano el
artefacto como una rosquilla, y se despliega automáticamente quedando como una
seta. Hay que ver los jardines de Irán transformados en un bosque de setas
multicolores con centenares de personas disfrutando de unas vacaciones al aire
libre y sin que les cueste ni un real el alojamiento, que por cierto, no
podrían pagarlo. Y eso es posible porque desde chiquititos están acostumbrados
a sentarse en el suelo y a dormir sobre alfombras a ras de suelo y lo que a
nosotros nos parecería un suplicio, sobre todo a los mayores, a ellos no les
cuesta nada, sentarse en el suelo, mantenerse en cuclillas y volver a
levantarse.
Esta vez hemos compartido
ciudades, carreteras, museos y monumentos con multitudes. Los iraníes
acostumbran a ser amables, abiertos y acogedores. Todos éramos turistas, todos
íbamos con nuestras cámaras y nuestros móviles haciendo fotos. Ellos se querían
fotografiar con nosotros y nosotros estábamos encantados de fotografiarnos con
ellos. Tenemos fotos con familias baluchis, kurdas, bajtiaris, azeríes allí
llamados turcos, qashghais… tanta es la variedad de gentes y lenguas en un país
llamado hoy en día Irán. Lo primero que te dicen es “wellcome to Iran” y luego
te piden qué piensas de su país. Si la conversación se prolonga empiezan a criticar
al clero que manda con mano dura y, sin nombrarlos, hacen un círculo con la
mano sobre sus cabezas para referirse a los del turbante y levantan los hombros.
Todos lo entendemos. También critican al actual presidente por su mala imagen. “Mírenos,
nosotros no somos así”, dicen.
En Persepolis van en busca de sus
antiguas raíces cuando los imperios persas dominaban una parte importante del mundo
civilizado. Y se compran, los más
osados, un colgante con el símbolo alado del dios zoroastriano, Ahura Mazda,
que lucirán después con orgullo.
En junio habrá elecciones a
presidente de la República Islámica de Irán. El actual, Mahmud Ahmadinejad, ha
cumplido con sus dos legislaturas permitidas y debe retirarse. ¿Quién se va a
presentar? No se sabe. Un mes y medio antes de las elecciones nadie sabe
quiénes serán los candidatos. Me ha sorprendido oír en bastantes ocasiones que
se espera la aparición del Jatamí, el clérigo reformista, culto y elegante, que
ya había sido presidente y en cuyo tiempo hubo una cierta apertura, tanto en el
interior como en las relaciones internacionales. Pero parece ser que Jatamí
pone una condición para presentarse: que sean liberados los dos candidatos a
las anteriores elecciones. Karrubí y Musaví permanecen en arresto domiciliario
desde hace dos años posteriormente a las grandes protestas populares que
siguieron a las elecciones y que se conocieron como “movimiento verde”. ¿Serán
liberados? Eso depende de si la República Islámica está seriamente acorralada
debido al embargo económico a que está sometida por los EEUU y sus aliados y
piensa que este es el momento de cambiar un poco de rumbo y poner al frente del
gobierno a una persona menos radical y con una imagen impecable. Ya me imagino
la foto: Obama dando la mano a Jatamí, los dos tan pulcros, amables y
sonrientes. Sin embargo, la mano dura del régimen ¿lo permitirá?