BLOG DE ANA M. BRIONGOS


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7.1.13

Relaciones diplomáticas entre España e Irán en el siglo XVII



En una ocasión, mientras disfrutaba de un té reparador en la penumbra del local medio museo, medio casa de té, medio circo, asentado en lo que había sido el gran depósito de agua del bazar de Teherán, el “ab ambar”, un espacio grande y subterráneo al cual se accedía desde la calle a través de unas escaleras estrechas que se hundían en la oscuridad, presencié una escena que me sorprendió por lo familiar que me resultaba.

El espacio era lóbrego, el techo altísimo, hileras de columnas formaban un bosque de piedra perfectamente organizado. De las paredes colgaban, hasta una altura humana, cuadros con personajes de la época Qajar y multitud de objetos, antiguos y modernos, distribuidos sin orden ni concierto. Había mesas iluminadas con candelabros de tulipas de cristal aquí y allá y, en algunas de ellas, mujeres adivinas leían la buenaventura. Un par de muchachos todavía imberbes hacían juegos de manos y malabares para distraer a los visitantes. El más joven se acercó a nuestra mesa, se sacó del bolsillo un cuadrado de tela del tamaño de una servilleta, lo dobló por la mitad, plegó las puntas hacia adentro, enrolló la base, volvió a plegar, desenvolvió el hatillo girando sobre la punta superior hasta que aparecieron de nuevo las dos puntas laterales esta vez una a cada lado de un rollo prieto de tela. Con una de esas puntas consiguió hacer dos apéndices u orejas y la otra sería la cola de un animal que yo había visto preparar como por arte de magia a mi padre cientos de veces durante mi infancia y que mi hermano y yo identificábamos con un conejo. Mi sorpresa creció cuando vi que el muchacho colocaba el animal sobre las yemas de los dedos de su mano derecha, y al acariciarlo suavemente con la izquierda, el animal de trapo daba un salto rapidísimo como si intentara escaparse. El muchacho lo alcanzaba, lo colocaba de nuevo sobre su mano cóncava y volvía a acariciarlo para que volviera a saltar. Parecía un conejo vivo. Todo, incluso los gestos que hacía el muchacho del depósito de agua de Teherán, eran exactamente los mismos que hacía mi padre que procedía de un pequeño pueblo de Burgos, perdido en el centro de España. El chico se esfumó engullido por la oscuridad y cuando quise darme cuenta para preguntarle dónde había aprendido esa habilidad de domador de animales de trapo, había desaparecido. Pedí por él y ya no estaba. Regresé al “ab ambar” un par de veces y nunca lo encontré. Alguien me dijo que formaba parte de una familia de titiriteros de Isfahan que estaba de paso.


¿Llegaría este juego a España desde Persia? ¿O quizá hizo el camino contrario? Me he pedido desde entonces infinidad de veces. Debió pasar de un país al otro hace muchos años. Quizá lo trajeron los árabes como tantas cosas que a través de ellos llegaron a España desde la lejana Persia. Quizá llegó en épocas no tan lejanas llevado por algún viajero anónimo y juguetón. No sé de ningún persa que visitara el pueblo de Burgos ni los pueblos cercanos, como mínimo en los últimos ciento cincuenta años puesto que allí todo se sabía y, ni mis abuelos, ni los más ancianos del pueblo, tenían noticia de ello. Tampoco sabían de ningún persa que se acercara por sus tierras. Sí se sabía, en cambio, que un vecino listo se fue a Chicago y llegó a ser guardaespaldas de Al Capone o que fulano y zutano emigraron a Cuba.

Cuando reencontré hace poco la historia de Don García de Silva y Figueroa gracias a una conferencia que debía dar el profesor Luis Gil de la Universidad Complutense de Madrid en el SOAS de Londres busqué otra vez en mis notas antiguas y volví a la Biblioteca de Catalunya a releer los Comentarios de Don García de Silva y las Relaciones de Don Juan de Persia  puesto que en mi imaginación calenturienta prefería pensar que el juego llegó o partió en el siglo XVII, a través de unas embajadas que intercambiaron los reyes de ambos países, cuando en Irán reinaba el gran Shah Abbas I y en España el débil y desorientado rey Felipe III (II de Portugal) En aquel tiempo el poder de ingleses y franceses aumentaba mientras el poder español empezaba su decadencia. Los países europeos luchaban por razones políticas y religiosas en la conocida Guerra de los treinta años. Jaime I (1566-1625) reinaba en Inglaterra. En Francia lo hacía Luis XIII (1601-1642) con la ayuda del Cardenal Richelieu. En Rusia ocupaba el trono el primer Romanov, Miguel (1598-1645) René Descartes (1596-1650) escribía “El discurso del método”, Francis Bacon (1561-1626) se daba a conocer por sus ideas sobre la manera en que la ciencia moderna descubre y trata las leyes de la naturaleza. Rubens (1577-1640) de Flandes era distinguido por el rey inglés y Velázquez (1599-1660) era el pintor de la corte Española. Rembrand, en Holanda, empezaba a pintar. En Constantinopla construían la Mezquita Azul, la más grande y hermosa del mundo. En Italia Monteverdi componía Orfeo, considerada la primera ópera moderna y Galileo (1564-1642) aseguraba que la tierra gira alrededor del sol. En 1605 se publicó el Quijote por primera vez y en Inglaterra Shakespeare se daba a conocer con sus obras de teatro. Los tribunales de la Inquisición seguían funcionando.


En Persia el poderoso Shah Abbas el Grande (1557-1629) reinaba en un territorio que abarcaba desde el Eufrates hasta el Indo. Había tenido su trono en Ghazvin y acababa de trasladarse con toda su corte a Isfahan donde emprendería grandes obras para mejorar la ciudad y convertirla en una de las ciudades más hermosas del mundo.

Don Juan de Persia, nombre con el que firma su manuscrito, se llamaba en Persia, su país de origen, Ulug Beg. Era un funcionario de la corte y acompañó al embajador persa en su misión diplomática a los países europeos. Ulug Beg nunca regresó a su país.

Según cuenta D. Juan de Persia en el Libro III de su Relación, estaba el Shah Abbas pacífico y ufano con tantos éxitos y victorias sobre los turcos que pensó en preparar una embajada para el rey de España para tratar, entre otras cosas, del futuro de las colonias portuguesas en el Golfo Pérsico, entre las que estaban el reino de Ormuz y la isla de Quesm. En este tiempo llegó a Isfahan un inglés, Don Antonio Shirley, que decía ser primo del rey de Escocia, amigo de reyes y enviado por estos con la intención de convencer al rey de Persia para que se confederase con ellos para luchar contra el turco, como enemigo común a todos. También llegaron dos frailes portugueses que acabaron de convencer al Shah de la necesidad de la embajada. Shirley aconsejó al rey persa que dicha embajada debía visitar también a los demás reyes europeos y al Papa. Así se decidió al fin.

La embajada compuesta por el embajador Uzen Ali Bec y cuarenta y dos personas entre los que se encontraban D. Antonio Shirley y los dos frailes portugueses, partió hacia Tartaria y Moscovia en 1599, con baúles llenos de regalos para los reyes europeos. Durante el viaje tuvieron riñas y altercados con el inglés pues desapareció uno de los frailes portugueses desaparición asesinado probablemente por Shirley según apunta  D. Juan de Persia y también perdieron los baúles con los regalos, encomendados por el inglés a unos mercaderes, por lo que llegaron a Roma tan escurados que el mismo Papa tuvo que prestarles dinero para seguir viaje hacia España, su último destino. En el momento de emprender ese viaje los ingleses también habían desaparecido. En Valladolid donde estaba entonces (1601-1606) la corte española fueron recibidos por Felipe III. Allí permanecieron durante dos meses. Visitaron El Escorial, Toledo, Aranjuez entre otros lugares y cuando el embajador decidió partir hacia Persia Ulu Beg y otros miembros de séquito persa decidieron quedarse para lo cual tuvieron que convertirse al cristianismo pues en España el rey Felipe III acababa de expulsar a los moriscos y la Inquisición era una máquina incombustible.

D. Juan de Persia escribió en castellano, con ayuda, las peripecias de la embajada y dedica los dos primeros libros de su “Relación” a Persia, su historia, su geografía y sus costumbres.
Como contrapartida para “cumplir con la embajada que el persa nos ha  enbiado” partió hacia Persia en 1614 D. García de Silva y Figueroa, geógrafo, hombre culto muy interesado por las antigüedades, en una misión a la vez política y comercial, como dice el profesor Luís Gil, para tratar de la expansión de Abbas I en el Golfo Pérsico y observar de cerca su relación con los ingleses de cara a mantener el monopolio comercial portugués en Hormuz y con la intención de que “el persa persevere en la guerra contra el Turco para que (éste) no progrese en el Mediterráneo”. Don García escribió unos Comentarios en tercera persona donde dice que “en 1599 había venido como embajador del sofí, Uzen Ali Bach, en compañía del célebre D. Juan de Persia” y también comenta que “en 1608 llegó a España un aventurero inglés llamado Roberto Shirley (hermano de Antonio) quien decía ser embajador de Persia” el cual ya había visitado las cortes de Rusia, Polonia y Roma cuando llegó a España. Silva no llegó a su destino hasta 1617 después de un azaroso viaje en el que tuvo serios problemas con los portugueses e incluso pasó un tiempo detenido en Goa. Durante este intervalo de tiempo los hermanos Sherley seguían con sus embajadas desautorizando a Silva. El embajador español ya en Isfahan donde fue bien recibido, no consiguió sin embargo ninguno de sus objetivos y fue el centro de burlas y risas por los cortesanos y embajadores debido falta de interés en los placeres de la corte atribuidos a su avanzada edad. Silva partió de Isfahan en 1619 y su viaje de regreso, otra vez lleno de dificultades, no concluyó hasta 1624 aunque él falleció al desembarcar en Lisboa.

A pesar del fracaso de su embajada Silva dejó sus Comentarios en los que detalla, como escribe el profesor Luís Gil, “día a día todo lo que observa, con la exigencia de un geógrafo, un naturalista, un etnólogo, un historiador y un anticuario, lo cual hace de su trabajo una fuente histórica significativa del Irán safavida”.

Don Juan de Persia y otros miembros de aquella embajada se quedaron en España, quizá algún criado del séquito de Don García de Silva echó raíces en Irán. Todos ellos debieron enseñar juegos y costumbres de sus respectivos países a sus hijos, amigos y vecinos, aunque yo no he encontrado relación de ellos en los manuscritos.

Mi padre falleció hace años, mis tíos también han fallecido. Del juego del conejo saltarín solo se acuerdan mis primos los más mayores. Los primos jóvenes no lo han visto nunca, ni siquiera saben que el arte de crear y domar conejos de trapo existió una vez en el pueblo de sus abuelos, un pueblo perdido en el centro de España, donde ellos ya no viven. ¿Habrá desaparecido también en Irán?, me pregunto. Si no lo ha hecho lo hará pronto empujado por el imparable curso de la Historia, de la mano del progreso y sus juguetes mecánicos.
Bibliografía
Ulug Beg, Juan de Persia, Relaciones de D. Juan de Persia dirigida a la Majestad Católica de Don Philippo III Rey de las Españas y señor nuestro, Real Academia Española, Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles, Madrid 1946, con prólogo y notas de D. Narciso Alonso Cortés.
Silva y Figueroa, García de. Comentarios de D.... de la Embajada que de parte del Rey de España Don Felipe III hizo al Rey Xa Abbas de Persia. Sociedad de Bibliófilos Españoles. Madrid 1903-1905.