BLOG DE ANA M. BRIONGOS


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30.7.10

Palitana, conjunto de templos en Gujarat, India.


Palitana era el objetivo del último viaje a la India aunque antes pensábamos recorrer varios estados y visitar muchas ciudades. Desde hacía años una foto publicada en una revista nos había hecho soñar. Todos esos templos alineados en la cima de una montaña eran, con sus torres puntiagudas, como la cresta de una gran iguana dormitando bajo la luz rosada del amanecer. ¿Cómo sería en la realidad?

Aprovechamos que nuestra amiga Falguni estaba en Baroda en casa de su madre para iniciar desde allí la excursión por el Gujarat. El viaje en coche hasta la ciudad de Palitana es largo y pesado aunque las carreteras en ese estado occidental de la India acostumbran a ser buenas e incluso hay excelentes tramos de autopista. Dormimos en casa de sus tíos, ambos profesores de instituto, en medio de cuya sala de estar, pendía un gran columpio donde se podían sentar dos personas con las piernas cruzadas conversando en continuo movimiento, cosa frecuente en muchos hogares gujaratis.

La salida matutina debía hacerse todavía de noche para poder empezar el ascenso antes de que amaneciera y así llegar a la cima cuando el sol todavía no calentara demasiado. Era invierno, la mejor época del año para viajar a las zonas calurosas de la India.

Más de tres mil quinientos escalones llevan a los templos, dicen que hay exactamente tres mil novecientos cincuenta.

Nuestra llegada en coche al lugar donde empieza el ascenso provocó un revuelo exagerado, hombres con palos se empujaban unos a otros de manera que con el gentío y la oscuridad, no sabíamos si nos querían apalear, pues nos empujaban y gritaban. Falsa alarma, se trataba de porteadores que nos querían subir cuestas a cambio de unos cientos de rupias.

Llegamos con dificultad a la oficina de acogida donde dan permiso escrito para hacer fotografías. Luego alquilamos cada uno la caña o bastón de peregrino que nos ayudaría en la subida. Yo no iba bien calzada para el camino y mis chanclas me hacían tropezar. Como observé que la gente subía descalza y el terreno era de cemento liso, me las saqué. Descalza se caminaba mejor. Así llegué hasta la cima sin dificultad y con los pies en perfecto estado.

El ascenso es una maravilla. Mientras va clareando se ven, allá abajo, la llanura y el río sumidos en brumas evanescentes. Un sol rojo rojísimo aparece en el horizonte y va subiendo con nosotros. Charlas entre peregrinos, ambiente alegre y distendido, tramos de camino llano con bancos de piedra donde descansar y comentar con los que se sientan a tu lado. Familias enteras hacen la subida, los niños corretean y los abuelos más abuelos se hacen subir por los porteadores. Vienen de Bombay o de Ahmedabad o incluso de lugares mucho más lejanos, en la India o Canadá. Todos practican el jainismo y deben permanecer en ayunas hasta que regresen a la falda del monte donde en un templo de acogida les servirán comida. De vez en cuando durante el camino te ofrecen agua fresca que extraen de grandes tinajas de barro o de metal. Es un servicio gratuito al peregrino. Nosotros, como es obvio, ni probarla. Los porteadores, que suben más deprisa que nosotros, reclaman espacio a voces. Sudados y muy cansados los veremos luego dormitando tirados a la sombra de los árboles.

Los templos de Palitana constituyen un centro de religioso jaín visitado diariamente por cientos de peregrinos que suben andando pues no hay carretera. El conjunto está formado por unos setecientos templos que se han ido construyendo durante novecientos años, el más antiguo data del siglo XI. Pegados unos a otros forman un laberinto de piedra, mármol y yeso.

Llegados a la cima, hombres y mujeres se separan y entran en los respectivos centros de aguas donde se bañan y se cambian de ropa. Lo más sorprendente es verlos a ellos preparados para entrar en el templo y hacer las ofrendas, vestidos con unos metros de tela al estilo sari femenino, algunos de color liso otros de colorines, y con un bolsito bordado con abalorios colgando del brazo. Además llevan la boca tapada con un pañuelo.

Si cuando llegamos, el conjunto de templos está desierto, y solamente los que allí trabajan dan con sus vestimentas amarillas color a los espacios de piedra, al cabo de unas horas está lleno de fieles, deambulando, haciendo colas para entrar en los templos más importantes o simplemente descansando sentados en el suelo o en las escaleras que conducen a otros muchos templos. Carruajes de plata tirados por caballos de plata tirados a su vez por hombres de amarillo conducen a los peregrinos a dar vueltas por el patio del templo principal.

Sentados a la sombra de un porche sostenido por barrocas columnas de piedra contemplamos durante horas el bullicio de las gentes y el ondear de los gallardetes de colores sujetos a las lanzas que culminan las cúpulas estilizadas de los templos.

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