Retomo estas notas de uno de mis
viajes al Irán posrevolucionario.
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Mausoleo del emam Rezá en Mashad |
Estamos en casa de mi amiga
Sahar, una casa con dos plantas y jardín. La típica casa iraní cuyo jardín al
frente se cierra con un muro alto y una puerta metálica grande que da a la
calle. Mi amiga pertenece a una familia tradicional de comerciantes. Ella y su
familia ocupan la planta superior y su hermana y los suyos, la planta baja. Soy
amiga de la familia desde hace años, nos conocemos bien y nos queremos.
Durante la mañana estamos solas
en casa pues los maridos, el hermano y los hijos mayores se van a trabajar.
Desayunamos y nos movemos por las habitaciones, vestidas como lo haríamos en
cualquier lugar, sin restricciones. Bajamos a charlar con la hermana y la
ayudamos a cocinar. Se acerca la hora de comer y suena la campanilla de la
entrada avisando que se ha abierto la puerta metálica del jardín. Sin
inmutarse, mi amiga se pone el pañuelo que saca del bolsillo. Es el marido de
su hermana el que ha llegado. Vuelve a sonar la campanilla. La hermana de mi
amiga se pone el pañuelo. Entra el suegro de ambas, que no vive en la casa pero
debe tener llave. No sé cómo distinguen quién es el que llega pero lo saben,
quizá hay un código en el campanilleo. En las casas antiguas iraníes las
puertas son de madera y tienen dos picaportes de formas diferentes y que suenan
distinto. Uno es el de los hombres y el otro de las mujeres. Así desde dentro
se sabe el sexo del que llama y las mujeres se cubren o no.
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Complejo religioso del Astan-e-Quods, Mashad |
Campanillea más veces, van
llegando el marido de Sahar, luego el marido de la hermana y más tarde el
hermano de las dos. Ellas ya van cubiertas y yo estoy liberada por ser
extranjera. Todos estamos sentados sobre la alfombra del comedor-cocina donde
se ha dispuesto el mantel. Son gente amable y alegre que incluso me cuentan
chistes sobre mullahs, algo por otro lado nada infrecuente en el Irán de hoy.
El hermano, un joven de unos treinta años, soltero, que viste vaqueros, se
quita la camisa y se queda con una camiseta imperio negra muy escotada y
apretada como de levantador de pesos. Deja ver unos brazos moldeados por horas
de gimnasio y un cuerpo perfectamente esculpido. Lo tengo enfrente y no me
atrevo ni a mirarlo. Lo conocía de jovencito y este cambio me ha sorprendido.
Su presencia de esa guisa me parece un escándalo en medio de tanto recato, y no
solo femenino pues el marido y el suegro visten pantalón ancho y camisa de
manga larga abrochada hasta el cuello. La verdad es que el chico está como un
tren. Le pregunto si acude a la
zurjané, literalmente “casa de fuerza” o
gimnasio tradicional persa donde al son de un tambor y al canto de poemas
religiosos, hombres de todas las edades realizan ejercicios con la ayuda de
grandes mazas de madera. Me responde casi ofendido que a él esas cosas no le
gustan, que va a un gimnasio moderno. Al cabo de un rato me pide si le haría el
favor de escribir una carta de invitación para sacarse el visado pues su mayor
ilusión es viajar a Europa. A eso estoy acostumbrada pues a los jóvenes iraníes
ningún país europeo les da visado con facilidad, y hoy en día ni siquiera una
carta de invitación de un anfitrión solvente es suficiente. Ellos quieren ver
mundo, igual que nosotros.
La comida es deliciosa, como
siempre en un hogar iraní. Arroz con azafrán, estofado de carne con lentejas,
yogur con pepino, ensalada, berenjenas y más. Una mesa iraní sin carne es casi
inconcebible, por eso lo de vegetarianismo no va mucho con ellos. Yo acostumbro
a cocinar paella cuando vienen
extranjeros a mi casa porque todos en mi familia aseguran que me sale muy bien
y me parece que les gustará conocer nuestra especialidad. Todos lo celebran
menos los iraníes. La hago con abundancia de sepia, mejillones, gambas y
cigalas, en fin, para quedar bien. Pues en esta casa de mis amigos de Mashad,
siempre que voy, se ríen conmigo cada vez que la madre cuenta lo que les dimos
de comer cuando estuvieron en Barcelona: solo ensalada, arroz con gambas, y
¡las gambas con cabeza!
Además, cuando vienen a mi casa,
me encuentro con el problema del halal. Si se trata de familias
tradicionales siempre sale el comentario entre ellos de si lo que se les ofrece
es halal, por educación a mí no me lo preguntan directamente, pero he
llegado a la conclusión que eso es una pose (ojo, estoy hablando de iraníes que
no son árabes, no confundir), es simplemente algo que se preguntan y la
respuesta poco importa porque hay lo que hay y está muy apetecible. Ahora ya sé
que tengo que ofrecer platos con carne en abundancia aunque la carne en mi casa
no sea halal.
Por la tarde llegan la abuela y
las tías enfundadas en sus negros chadores que no se quitan durante toda la
tertulia. La conversación se centra en la excursión que están preparando para
visitar el centro de peregrinación chií de Najaf en Irak. Viajarán ellas solas
en un viaje organizado. La familia las apoya y ellas están muy contentas. El
turismo religioso de mujeres en Irán está en auge.
A última hora entra un pariente
que acaba de llegar de La Meca con regalos para todos, collares de perlas del
Golfo, pañuelos, rosarios bendecidos, etc. Me cuentan que hay unos cupos para
ir a cumplir con el
hajj, la obligación que tiene todo musulmán de
acudir una vez en la vida a los lugares santos de La Meca. Hay muchas más
peticiones que plazas disponibles y además todo el pack de viaje resulta muy
costoso. Este hombre, que es cocinero, se enroló como tal. Su trabajo estaba
bien remunerado. Cuenta que los iraníes tienen en La Meca unas cocinas muy
grandes donde se preparan platos a todas horas que luego se distribuyen por los
hoteles donde se acostumbran a alojar. Hay cientos de cocineros porque hay
miles de peregrinos iraníes. Desayuno, comida y cena iraní van incluidos en el
pack. Está encantado con su aventura, ha cumplido y además ha vuelto con un
buen ahorro.
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Escaparate en Mashad, cuadros hechos con la técnica del anudado de alfombras. |
Cuando se han marchado salimos a
pasear. Las calles principales están animadas. Hay un mercadillo callejero con
los objetos a la venta en el suelo a ambos lados de la acera. En una de las
paradas veo en exposición crucifijos de dos palmos pintados de negro, la cruz y
el crucificado, cuando me fijo más me doy cuenta de que en una de las hileras
el cuerpo crucificado es de mujer, también pintada de negro, con los pechos al
aire y un lienzo en la cintura. Me sorprende tanto que incluso me da apuro
comentarlo con Sahar, ella ni los ve. No me atrevo a parar para tomar una
fotografía, no porque pase nada sino porque me quedo de piedra. Pasado el
tiempo, esta imagen me viene a veces a la cabeza y he llegado a preguntarme si no fue un sueño,
pero no lo fue, os aseguro que lo vi y que me dejó un sabor extraño de boca por
llevar siglos de cultura cristiana a mis hombros. Los iraníes ni se fijaban.
Si hubiera sido una imagen de Mahoma el representado de forma irreverente en un
mercadillo occidental, habrían hecho una guerra.
Mashad siempre me sorprende. Es
la gran ciudad iraní más cercana a Afganistán y alberga un gran complejo
religioso, Astan-e-Qods, que incluye el mausoleo del emam Rezá,
el octavo emam chií, un museo, centros de enseñanza, bibliotecas,
cementerios, un centro de investigación agrícola y muchas tierras de cultivo,
fértiles y productivas. Cada año recibe
varios millones de peregrinos.