Correr hasta la meta que estaba a 100 km., este era el objetivo. Al llegar a los 75 fue como traspasar una pared de piedra, entonces todo cambió, a partir de aquel momento podía llegar a los 100 kilómetros e incluso hubiera podido seguir corriendo, algo así aunque con otras palabras escribe Haruki Murakami en su libro “De qué hablo cuando hablo de correr”. Lo que parecía imposible, a partir de un momento determinado se hizo posible. He leído el libro este verano y me ha dado que pensar. Me ha hecho volver a la subida a Palitana (3950 escalones) y recuerdo que me ocurrió algo parecido, salvando evidentemente la distancia entre un corredor entrenado y experimentado (Murakami) y una servidora que no hace más que nadar 20 piscinas dos días a la semana y no siempre.
De madrugada llegaba al pie del monasterio. Tenía 3950 escalones por delante y debía subirlos antes de que el sol llegara a su zenit y el calor fuera insoportable.
Puedo andar en terreno llano sin problemas distancias considerables pero las subidas me resultan penosas y se me acaba el soplo enseguida, parecía pues una empresa imposible.
Además iba calzada con unas chanclas que al poco de iniciar el ascenso me resultaron incomodísimas. Me fijé en los demás peregrinos: iban descalzos. Vi que el suelo era de cemento liso. Me quité las chanclas y seguí descalza. Siempre me ha gustado sentir el fresco suelo directamente en las plantas de mis pies.
Por suerte los escalones no eran altos ni regulares, unos más anchos que otros y en algunos tramos el camino era ascendente pero liso lo que propiciaba cambios en el ritmo y por lo tanto que el ascenso fuera menos aburrido.
Después de subir unos trescientos escalones ya no podía respirar. Como había empezado el camino dudando de mi capacidad física, el hecho de no poder más tan pronto no hacía sino confirmarme que aquel objetivo era para mí imposible de conseguir. Pero seguí subiendo con la ayuda del bastón que había alquilado y los ánimos que recibía de los que subían a mi lado, tan poco entrenados como yo, jóvenes, maduros e incluso viejos, delgados y gordos, todos movidos por una fe de la que yo no gozaba y que a ellos les aseguraba la llegada allí donde los templos y la divinidad les estaba esperando. Superé con dificultad los 500 primeros escalones. Cuando pasé el 1000 marcado en la piedra me pareció que no llegaría mucho más lejos, Pero pisé el 2000 y sorprendida vi que seguía adelante. El cambio se produjo en el 2500, entonces traspasé la pared de piedra que decía Murakami, a partir de aquel momento subía con facilidad, sin pensar, escalón tras escalón, a buen ritmo, sin parar, sin acelerar, como una máquina bien engrasada, hasta el final, allí en la cima donde un bosque de templos blancos todavía vacíos de fieles me reservaban una visión extraordinaria. En aquel momento tenía la sensación de que hubiera podido seguir subiendo hasta Dios sabe dónde.
Los peregrinos que iban llegando tenían rituales que cumplir para complacer a sus dioses, bañarse, cambiarse de ropas, hacer ofrendas, orar… yo solamente observaba, mi objetivo se había cumplido ya por el hecho de haber llegado. La satisfacción me inundaba, el espectáculo me fascinaba. Los músculos descansaban y la mente también.
El descenso fue fácil, relajado y alegre.
Respecto al hecho de escribir como contrapunto al hecho de correr, como hace Murakami en su libro, me da que pensar. Se trata de empezar: lo que se entiende por “ponerse”. Escribir la primera frase, el primer párrafo. La pereza mental se ha instalado en mi cerebro. Soy una perezosa mental, y en muchas épocas de mi vida, ahora mismo, prefiero limpiar la casa, cocinar, preparar conservas con recetas exóticas o ir a la compra, antes que escribir. Cuando estudiaba el bachillerato me ocurría algo así. Me daba pereza seguir pensando en cómo se resolvía un problema. Si no salía a la primera, fuera. En cambio había quien al día siguiente por la mañana tenía la solución, había estado pensando en ello toda la noche y lo había conseguido, estaba feliz, tenía músculo mental, lo entrenaba y llegaba al objetivo que era: resolver el problema. No está nada mal la vida contemplativa, de hecho la disfruto a cada momento pero también sé que estar inmersa en la escritura de un libro es algo excitante, una aventura envolvente y fantástica.
En vista de que llegué a subir a Palitana y de que a Murakami le va muy bien lo de correr para poder escribir, vaya, que le es imprescindible correr como mínimo sesenta kilómetros todos los días para poder seguir escribiendo, he tomado la decisión de volver a la disciplina, hacer las 20 piscinas tres días a la semana, o quizá todos los días, bueno, no pienso nadar ni sábados ni domingos, faltaría más, y sentarme seguidamente en el ordenador a escribir.
¿Será esta una nueva etapa? El tiempo lo dirá.
He comentado el libro con mis amigos. A Fernando no le ha gustado nada, dice que le parece una aberración tener que disciplinarse tanto a estas alturas de la vida. A Marta le ha gustado y está muy contenta porque ella no tiene que hacer tanto esfuerzo para conseguir todos los objetivos que se propone en su vida profesional de ejecutiva creativa. A cada lector le afecta el libro a su manera y a todos les hace pensar en su propia situación, en su manera de enfrentarse a los retos que se presentan, en su filosofía vital. Interesante.